martes, 24 de noviembre de 2009

Josep Guijarro: "Desvelado el mensaje de los capiteles góticos"



"Desvelado el mensaje de los capiteles góticos


Los claustros de la catedral de Girona y de los monasterios de Sant Cugat y Ripoll encierran un mensaje cifrado en sus columnas, un mensaje musical, pitagórico y matemático que empezó a ser desvelado por el musicólogo alemán Marius Schneider. Conocer su significado hace que los templos se conviertan en verdaderas partituras de piedra.

Josep Guijarro
Durante la Edad Media proliferaron las órdenes de caballería pero también gremios y cofradías de artesanos que contribuyeron al resurgimiento de la vida urbana medieval. La masonería se desarrolló, precisamente, a partir de los gremios de albañiles (en francés masons) que construyeron las catedrales góticas de Europa. Los masones habrían heredado el conocimiento esotérico de sus antecesores paganos y lo incorporaron a la arquitectura sagrada de las catedrales.
Nada es casual en un templo de estas características. Las medidas pueden encerrar mensajes concretos y hasta palabras, según constató monseñor Devoucoux (ver MÁS ALLÁ 133) y, por si fuera poco, algunos símbolos como la espiral, la hélice o el pentáculo (también llamado Sello de Salomón) se relacionan con una inquietante ecuación matemática expresada por Leonardo Fibonacci en la fórmula 1/2 (raíz cuadrada de 5 – 1). Los griegos denominaron a esta relación aurio sectio. Más fácil resulta descubrir alegorías simbólicas en fachadas y capiteles pero, con demasiada frecuencia, nos damos cuenta que hemos olvidado su verdadero significado. Y a intentar descubrirlo se dedicó a mediados de los años cuarenta un equipo de investigadores del Instituto Español de Musicología, dependiente del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Su coordinador, el musicólogo y etnógrafo alemán Marius Schneider observó que los capiteles de los claustros de la catedral de Girona y los de los monasterios de Sant Cugat del Vallés y Ripoll presentaban animales y símbolos que se repetían con una frecuencia determinada. No era casual. Escondían un mensaje cifrado, un mensaje musical.
Un tratado hindú del siglo XIII ya establecía una relación entre las notas musicales y algunos animales. ¿Acaso existió conexión entre ambas culturas?
Los trabajos de A.K. Coomaraswamy y E. Malê han despejado las dudas acerca de la influencia del arte hindú y el de la Edad Media, aunque no existe ningún documento en el que se recojan signos de identidad. La coincidencia hizo entender que un antiguo y común conocimiento había inspirado a los maestros picapedreros.
Música cifrada
Hasta el siglo XVII no se conocieron las correspondencias entre las notas musicales y los animales, clases de ángeles, piedras o plantas. En esas fechas Athanasius Kricher perpetuó su Musurgia Universali, una tradición relacionada con la gama de la música griega según la cual cada sonido se corresponde con un animal o una planta (ver recuadro).
Durante la investigación, Schneider advirtió que los animales de los claustros románicos catalanes antes aludidos mantenían una correlación rítmica con los números, los planetas, los signos del zodíaco, los colores y los sentimientos, es decir, evocaban el pensamiento pitagórico.
Pitágoras no sólo enseñó a sus discípulos a curar enfermedades a través de los sonidos sino que estableció una íntima relación entre los astros, los colores y las notas musicales. Este filósofo y matemático constató que la esencia del Universo eran los números y posibilitó la afinación de la escala musical occidental tomando como base la octava, porque una cuerda dividida por la mitad daría el mismo sonido exactamente ocho tonos más alto que una cuerda del doble de largo. Uno de sus secretos era que un quinto musical (cinco notas diatónicas) debía de regresar a la nota original ocho octavas más alta cuando se la repetía doce veces en una secuencia ascendente. Pero cuando lo probó, había una diferencia de un octavo de nota… de modo que la escala ascendente también era una espiral… Gracias a ella descubrió la aludida “sección áurea” una proporción presente en todas las manifestaciones de la Naturaleza y que, además, formaba parte de figuras geo métricas, como el pentáculo y el dodecaedro que eran consideradas sagradas por sus coetáneos. Por estas y otras razones el pentagrama se convirtió en la contraseña secreta de los pitagóricos.
Su teoría postula, además, que el Universo está formado por números y que cada uno de esos números tiene propiedades divinas. Estas proporciones mágicas de los números aparecían por todas partes en la Naturaleza, incluyendo los sonidos emitidos por los planetas en vibración mientras se trasladan por el vacío. “Hay geometría en el canturreo de las cuerdas -escribió Pitágoras-. Hay música en el espacio que separa las esferas.”
Magia musical
En su libro El origen musical de los animales, símbolos en la mitología y la escultura antiguas (Editorial Siruela), Schneider deduce que los tres claustros estudiados representan el paso del tiempo y, por analogía, el de la vida humana. El claustro del monasterio de Ripoll, por ejemplo, además de su contenido musical, sus capiteles nos narran la historia de una curación. Los monjes, para interpretar el simbolismo de las columnas, recorrían los pasillos del claustro en el sentido contrario al Sol, como en los rituales de exorcismo. Todo lo contrario ocurre en los claustros de Sant Cugat y Girona, cuyo recorrido tiene sentido si seguimos el movimiento del astro rey por el firmamento.
El parecido entre los tres claustros es tan evidente que algunos de los animales que se hallan esculpidos en sus columnas parecen haber salido de la misma mano creadora. Se distinguen en ellas tres grupos: Los animales fantásticos, los mitológicos y los convencionales.
“Hoy conocemos más o menos lo que representaban -explica Schneider- pero es muy difícil adivinar lo que en otro tiempo decía o cantaba su boca. Las imágenes son mudas -añade- porque están hechas de un material inerte. En la actualidad -concluye- nos hemos habituado a un arte sin resonancia y casi no pensamos en contemplar, por ejemplo, las gárgolas góticas, que la lluvia con su susurro hacía revivir.” Puede que por esa razón la voz callada de los capiteles del claustro, repletos de animales fabulosos, de horripilantes cabezas y mandíbulas abiertas tenga, consecuentemente, poco impacto en la conciencia estética del espectador moderno pero, desde luego, sí lo tuvo para los picapedreros por un lado y para los monjes por otro.
Hoy sabemos que la música es capaz de modificar nuestro estado de ánimo, puede potenciar nuestra mente e, incluso algunos, suponen que su sonido es capaz de modificar la materia. Esto lo sabían bien los antiguos egipcios quienes incorporaron la música a sus ritos mágicos para alterar el curso de la Naturaleza o tratar ciertas enfermedades. Los griegos, por su parte, tenían la convicción que la música modelaba la personalidad. Platón, por ejemplo, afirmaba que la influencia de determinados ritmos y melodías provocaban un beneficioso estado mental que no era asequible por otros medios. Todos estos conocimientos fueron absorbidos por el esoterismo medieval y llevado a las catedrales. Los siete sonidos de la escala se convirtieron, también, en una poderosa clave para introducir a los iniciados en los misterios de la magia y, como es lógico, estos planteamientos quedaron cifrados en diferentes artes como la arquitectura o la pintura.
El buey, la nota “mi” y Saturno
Alberto Durero, por ejemplo, en su célebre cuadro La Melancolía, muestra una parte esencial del pensamiento pitagórico cuando pinta una campana con badajo sobre un paisaje con mar y arco iris al fondo en el que destaca una torre. En ella penden un reloj de arena, una báscula, la campana descrita y una cuadrícula con números. Sobre la torre se apoya una escalera de ruda madera con 7 peldaños (justo las notas del pentagrama) y, en primer plano, un ángel pensador con un compás y un buey recostado sobre el suelo. Según las concepciones místicas antiguas la campana con badajo está bajo el signo de Saturno: el mi, tercer sonido del elemento tierra, es el lugar de la ofrenda de un sacrificio violento, la expresión del dolor y de la conciencia del deber. Entre sus símbolos más acusados se encuentran el martillo y la maza y una cabeza de buey.
Schneider advirtió que el buey, el animal del sacrificio, fue utilizado en la teología cristiana como símbolo de la pasión de Cristo y que en el antiguo Oriente se le representaba con una forma geométrica: el trapecio.
Esa es, curiosamente, la forma del claustro gótico de la catedral de Girona y lo que le condujo a deducir que las notas contenidas en sus capiteles eran un himno a la Virgen Dolorosa.
La actual basílica empezó a construirse a finales del siglo XIII sobre el solar que ya había ocupado otro templo románico. Podemos admirar su nave de 77 metros de largo y casi 23 metros de ancho, la delicadeza de su triforio, la complejidad de su girola, sus antiguas vidrieras policromadas. El retablo y el baldaquín de plata repujada del siglo XI que cubre el altar con notables elementos como un ara románica y, coronando dos tramos de una pequeña escalera, la llamada silla de Carlomagno, labrada en mármol.
Cincuenta y tres sonidos que componen la melodía del claustro, treinta y uno de ellos facilitados por los capiteles. La secuencia león/toro es una de las más frecuentes. En general, el león simboliza el Sol victorioso, le corresponde el sonido fa. El buey/toro, por su parte, representa la noche, la humildad, el sacrificio. Su sonido es mi.
Si Schneider está en lo cierto cada mañana debía de escucharse un susurro en el claustro, una melodía mágica, la de los símbolos, capaz de modificar el estado de conciencia de aquellos religiosos, de invocar las energías que los constructores de las catedrales amplificaban con su obra procedente de las entrañas de la tierra, una fuerza capaz de obrar fenómenos inexplicables, de mover destinos, la fuerza de la vibración.
“Todo nació del Verbo -asegura el musicólogo alemán- y para las culturas antiguas, las fuerzas divinas son sonidos, por lo tanto, el ritmo esencial escondido es acústico. Si el sonido representa la sustancia primera -continúa- común a todos los seres y a todas las cosas y que, desarrollada por el cante, es la fuerza vibrante que mueve el Cosmos, de la misma forma, el canto representaría el único medio de entrar en relación de intercambio directo y sustancial con las potencias más lejanas.”

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