miércoles, 1 de junio de 2011
¿Es el Universo una Máquina para producir dioses?
¿Es el universo una máquina para producir dioses?
Autor: Federico de Pourtales
Es posible que la evolución de la vida por eones a escala cósmica lleve al punto de que una civilización o un individuo tenga la conciencia suficiente para crear un nuevo universo o fundirse con la unidad, es más, es posible que ese sea justamente el propósito del universo, la forma de autoperpetuarse.
El filósofo francés Henri Bergson quería conciliar la teoría de la evolución de Darwin con la teología cuando dijo: “La humanidad no se percata lo suficiente de que su futuro está en sus manos. Primero está la tarea de determinar si quiere seguir viviendo o no. Es suya la responsabilidad, entonces, de decidir si sólo quiere vivir, o intentar hacer el esfuerzo extra requerido para cumplir, incluso en este planeta refractario, la función esencial del universo, que es una máquina para crear dioses”. (Las dos fuentes de la moral y de la religión). Aquí tenemos lo que podemos llamar una teoría de la evolución cósmica esbozada brevemente, pero que probablemente nunca haya sido tan vigente como en la actualidad, a la luz de la física cuántica y la cosmología moderna.
Si bien el problema de definir un dios creador único, fuente de todo lo que existe, es un problema metafísico complejo que, salvo alguna argucia, nos remite a un loop de referencias ad infinitum y también al plano de lo inefable, donde habita lo místico, justamente aquello de lo que no se puede hablar, puesto que nuestro lenguaje -al igual que nuestro entendimiento- es insuficiente para abarcar o meramente describir este Ser que es en cada cosa el ser -trascendente e inmanente, el nombre que no se puede nombrar, el camino que no se puede recorrer y sin embargo el eterno nombre y el eterno camino… una dimensión paradójica-… sí podemos hablar con mayor solvencia de los dioses. Recordemos que una traducción fidedigna de la Biblia, traduciría Elohim como dioses, en plural, y no como el Dios único, masculino, vengativo y básicamente temible del viejo testamento. En cierta forma estaríamos hablando de demiurgos, de creadores de mundos, posiblemente de diseñadores de universos.
Tomando la idea del físico Alan Guth, a quien debemos la teoría del universo inflacionario, de que en teoría es posible cultivar un universo en el laboratorio, el físico de la Universidad de Sussex, John Gribbin, cree que esto no sólo es posible sino es consecuencia lógica de la evolución de la vida en un universo tan grande como el nuestro donde existen miles de millones de planetas, en los cuales la vida pudo haberse gestado y evolucionado por eones.
Gribbin, a diferencia de Bergson, no quiere conciliar la teología con la ciencia, y por esto concibe creadores de universos desdiosados, en algunos casos sólo civilizaciones avanzadas jugando un poco con el huevo del caosmos. Existen, según Gribbin, tres formas de crear un universo, todas ellas ligadas a la posibilidad constantemente esbozada por la ciencia moderna de que los agujeros negros contienen en su hermético interior un universo paralelo, formando una red de universos o multiverso.
La primera es recrear un agujero negro sin influenciar las leyes del nuevo universo. Un nivel al que se acerca la humanidad, como prefigura la novela Cosm de Gregory Benford, en la que una investigadora se encuentra con un universo nuevo del tamaño de una bola de béisbol después de que explotara un acelerador de partículas.
El segundo nivel sería el de una civilización manipulando las propiedades de un universo joven en cierta dirección; podría ser posible alterar un agujero negro de tal forma que la gravedad fuera más fuerte que en el universo madre, sin que los diseñadores tuvieran un control preciso.
El tercer nivel de esta escuela de diseño cósmico, involucraría la habilidad de establecer parámetros precisos, de esta forma diseñar a detalle (como los fractales que vemos o la información holográficamente contenida en cada parte, una fina firma de un co-demiurgo esteta). Gribbin cree que nuestro universo sería el resultado de un diseño así. Una analogía sería los bebés de diseño en los que se puede manipular el ADN para obtener un ‘niño perfecto’, una civilización avanzada podría manipular las leyes de la física para obtener un universo perfecto (un universo perfecto sería aquel en el que las condiciones estuvieran dadas para que se creara inteligencia capaz de crear otro universo y así sucesivamente asegurando la perpetuidad de aquello que genera universos).
Por extravasada que esta teoría pueda sonar, el legendario físico Roger Penrose ha calculado que para explicar el bajo nivel de entropía que tienen el cosmos es necesario que nuestro universo sea parte de una cadena infinita de universos. Sobresalientemente se han encontrado círculos concéntricos en la radiación de fondo de microondas que podrían ser ventanas hacia un universo previo, fluctuaciones esféricas dejadas atrás por los efectos gravitacionales del choque de agujeros negros en un universo anterior (¿flashbacks en la mente de Brahma?).
Stephen Feeney y sus colegas del University College de Londres, investigando la radiación de microondas de fondo, el eco del Big Bang, encontraron “cicatrices cósmicas” que llevan a pensar que nuestro universo ha interactuado con otros (por lo menos cuatro) universos anterioremente. El modelo con el que hicieron sus calculos estos físicos, es el llamado de inflación eterna. En este modelo el universo es una burbuja en un cosmos aún más grande que contiene otras burbujas, cada una de las cuales tiene leyes físicas particulares. La inflación eterna predice que las burbujas probablemente hayan tenido un pasado violento, chocando entre sí, lo cual dejaría cicatrices cósmicas en los puntos de interacción. Estas ‘cicatrices’ deberían de ser visible en la radiación de fondo. Feeney ha encontrado cuatro círculos consistentes con ser colisiones de burbujas dentro del multiverso propuesto por la teoría.
Una buena pregunta en este momento sería -aceptando la posibilidad de que nuevos universos se pueden crear a partir de un universo anterior- es si ¿esta cosmogénesis es solamente un acto reflejo, un proceso mecánico de la programación del universo, o una manifestación de la evolución de la inteligencia dentro de un universo que, como medio de supervivencia, se perepetúa creando un nuevo universo?
Consideremos la posibilidad de que la evolución puede llegar a tal punto de generar seres inteligentes capaces de crear un universo, en la práctica, dioses. Actualmente la idea de la divinidad en nuestro planeta está entretejida con la idea de las inteligencias extraterrestres. Una de los más elementales custionamientos que se hace a la existencia de civilizaciones extraterrestres -como a la existencia de la divinidad- es ¿por qué no se han comunicado con nosotros o manifestado de alguna forma conspicua? No es difícil de desestimar esta pregunta como antropomórficamente aberrante. Más allá de que algunas personas sostengan haber tenido la teofanía o el avistamiento de la otredad cósmica -divina o extraterrestre-, habría que considerar la posibilidad de que seres más evolucionados que nosotros podrían ser completamente impercebtibles, ya sea por nuestra falta de tecnología, como por nuestra falta de agudeza evolutiva. De la misma manera que el místico necesita desarrollar el ojo interior para poder presencia la divinidad, es posible que sea necesario desarrollar ese ojo cósmico -tecnología más allá de la física actual, en cierto sentido meta-física- para percibir las frecuencias o las conciencias extraterrestres. Pero Kubrick lo dice mejor, explicando su obra maestra de ciencia ficción:
“El concepto de Dios está en el centro de la película. Es inescapable que estuviera, una vez que crees que el universo está lleno de formas de inteligencia avanzada. Sólo piensa en esto un momento. Hay 10 billones de estrellas en la galaxia y 10 billones de galaxias en el universo visible. Cada estrella es un sol, como el nuestro, probablemente con planetas alrededor. La evolución de la vida, se cree ampliamente, viene como consecuencia inevitable del tiempo en un planeta en una órbita no demasiado fría ni demasiado caliente. Primero viene la evolución química -la recombinación aleatoria de la materia primordial-, luego la evolución biológica.
“Piensa en un tipo de vida que haya evolucionado en uno de esos planetas por cientos de miles de años, y piensa, también, que tipo de avances tecnológicos relativamente grandes ha hecho el hombre en 6 mil años de civilización registrada -un periodo que es menos que un solo grano de arena en un reloj cósmico de arena. Al tiempo que los ancestros distantes del hombre empezaron a salir del mar primordial, ya deben de haber existido civilizaciones en el universo envíando sus astronaves a explorar las regiones más lejanas del cosmos y conquistando los secretos de la naturaleza. Tales inteligencias cósmicas, creciendo en conocimiento por eones, estarían tan distantes del hombre como nosotros estamos de las hormigas. Podrían estar en comunicación telepática instantánea a lo largo del universo, podrían haber logrado la maestría total sobre la materia y de esta forma se podrían transportar instantáneamente a través de billones de años luz de espacio; en su última fase podrían abandonar la forma física y existir como una consciencia incorpórea inmortal en todo el universo.
“Una vez que empiezas a dicutir las posibilidades, te das cuenta que las implicaciones religiosas son inevitables, porque todos los atributos esenciales de tales inteligencias extraterrestres son atributos que le damos a Dios. Con lo que en realidad estamos tratando aquí es con la definción científica de Dios. Y si estos seres de inteligencia pura alguna vez intervinieron con los asuntos del hombre, sus poderes estarían tan lejanos a nuestro entendimiento. ¿Como verá una hormiga el pie que aplasta su hormiguero–cómo la acción de un ser en una escala evolutiva superior? ¿O cómo la divina y terrible intercesión de Dios?”.
O alterando alevosamente la famosa frase del autor del libro 2001: Odisea al Espacio, Arthur C. Clarke: “Una civilización extraterrestre suficientemente avanzada sería indistinguible de Dios”. Estos dioses extraterretres podrían estar ocultos en esta misma habitación, tejidos en la madeja de la matriz de realidad, doblados en las supercuerdas del éter, ser el espacio mismo en el que nos movemos, la conciencia del mar, el azul imperial del cielo. Complementa Christopher Knowles:
“En la medida en que muchos de nosotros evolucionamos a una vida virtual, experimentaremos cosas que aquellos afuera nunca entenderán. Y si podemos concebir de un ambiente virtual inmersivo (aunque no podamos crear uno del todo), no es difícil imaginar una raza con miles de años de ventaja (ni siquiera un parpadeo en noche cósmica del tiempo) que pueda transmitir estos ambientes a través de individuos aletaorios a través de medios interestelares”.
El camuflaje de una deidad poderosa, no sería un traje, no sería una máscara, la deidad sería tanto el camaleón, como la hoja en la que se oculta, como los colores con los que se transmuta, en palabras de Phillip K. Dick: “El verdadero dios mimetiza al universo, esa misma región que ha invadido”. (VALIS). Habla en Dick, el Logos gnóstico que ve en los planetas y en los astros entidades conscientes cuyo cuerpo y mente son indiferenciables de todo el espacio celeste que ocupan. De tal forma Sophia (o Gaia) es la Tierra entera y cada una de sus partes.
Regresando a Bergson, si el universo es una máquina cuya función esencial es crear dioses -que a la vez crean universos, salvaguardando el espíritu inicial que serpenteó sobre las aguas primordiales-, ¿poderemos ser nosotros esos dioses? Sería algo sobrebio -considerando el estado actual de las cosas- decir que los seres humanos nos despojaremos de nuestros trajes animales para deificarnos, cumpliendo nuestro destino creativo, aleando la chispa divina del ave con la serpiente, la poiesis superlativa de nuestra imaginación, diseñando planetas, sistemas estelares, galaxias y hasta un universo… descargando nuestra conciencia al espacio sideral y encendiendo la luz de las estrellas con nuestro espíritu. Y, sin embargo, esto, al menos, es una posibilidad.
La posibilidad de que el universo mismo nos este empujando, como puntas de lanza, dentro de ese canto a la diversidad que es la biología (cósmica), para crear nuevos universos, nuevos reflejos de una misma fuente de luz de cristal, variaciones sobre el mismo tema de la eternidad (como la música de Steve Reich sonando en el espacio infinito de Pascal, como los fractales de la noche universal en las solapas de un frac). Semillas cuya flor eclosiona en una galaxia y cuya raíz penetra un agujero negro.
La posibilidad de que la conciencia misma, el código fuente que se autorreplica como un virus, necesite un vehículo para despertar, recordar y materializar su proyecto de creación. Y que nosotros seamos ese vehículo, esa extensión de la máquina del universo a través de la cual dios se reproduce.
Una posibilidad ya que si dios creó el universo a partir de sí mismo -a imagen y semejanza, con polvo holográfico- ¿y con qué otra cosa lo pudo haber creado? Si sólo una cosa podría haber existido en el origen, él mismo. Si dios se infundió a sí mismo en su creación, entonces es probable que querría ver que al menos algunos de sus vástagos, de sus copias más logradas, de sus máquinas oníricas, crecieran y fueran como él. De la misma forma que un padre busca que su hijo domine su oficio y de la misma forma que un padre o una madre quiere que sus hijos tengan hijos para así perpetuarse, tal vez dios quiera -secretamente fomentando nuestra rebelión- que creemos nuevos universos y nos convirtamos en dioses.
“Una pequeña partícula de la Piedra Filosofal, si se vierte sobre la superficie del agua, según un apéndice sobre la sal universal de Herr von Welling, inmediatamete empezará un proceso de recapitulación en miniatura de la historia del universo, ya que instantáneamente la tintura -como los Espíritus de los Elohim- se agita sobre el cuerpo del agua. Un universo miniatura se forma el cual, según afirman los filósofos, en verdad surge del agua y flota en el aire, en el que pasa por todos los niveles de desarrollo cósmico y finalmente se desintegra”, Manly P. Hall, The Secret Teachings of All Ages.
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