Confesiones de un Sicario Económico
por Wanderer, Noviembre 8, 2011
John Perkins fue durante décadas un sicario económico. Según su propia definición, se trata de un asesor que estimula a los líderes nacionales a participar de la red de intereses de las grandes corporaciones multinacionales.
El trabajo de un EHT (Economic Hit Man), como se llaman a sí mismos, consiste en convencer al presidente de un país rico en recursos naturales para que acepte un crédito del Banco Mundial o cualquiera de los organismos de ayuda existentes.
Para ello, se le hace ver que con ese crédito podrá construir infraestructuras como centrales energéticas, carreteras, aeropuertos, parques industriales, etc.
A cambio del crédito, el presidente se compromete a contratar a las empresas a las que sirve el EHT.
Pero el crédito nunca resulta rentable para el país, puesto que tal como llega se destina a dichas empresas, por lo que la nación endeudada debe aceptar un segundo compromiso: permitir que las corporaciones se hagan cargo de la deuda a cambio de recibir un trato de favor en la explotación de los recursos naturales.
Es decir, consiguen hacerse con el país a cambio de nada.
Puesto que las corporaciones engloban no sólo a los sectores industrial y energético, sino también al financiero y político, una vez asentadas las empresas se procede a la instalación de bases militares para garantizar la seguridad.
De esta forma, el país se convierte en un títere sin capacidad de gestión, con una deuda creciente a causa de los intereses que van subiendo con el tiempo y sin más posibilidad de ingresos que la de seguir cediendo terrenos para conmutar parte de dicha deuda.
Según cuenta Perkins en su libro Confesiones de un Sicario Económico (Confessions of An Economic Hit Man - 2004), el presidente de turno suele aceptar vender su país a cambio de suculentas cuentas en bancos situados en algún paraíso fiscal.
Pero cuando surge un tipo con valores firmes y el EHT no consigue su propósito, se pasa a la segunda fase: el "chacal".
Los chacales son tipos menos diplomáticos y su misión no es otra que la de hacer desaparecer al elemento molesto, bien sea promoviendo las bases para un golpe de estado o bien, de manera más directa, "gestionando" un fatídico accidente mortal.
Dos de los ejemplos citados por Perkins son el presidente de Ecuador en 1981, Jaime Roldós, cuyo avión se estrelló en mayo de aquel año, y el del presidente de Panamá por las mismas fechas, Omar Torrijos, muerto en otro accidente de aviación apenas unos meses después.
Pero hay veces en que los chacales también fallan en su propósito. Entonces no queda otra que recurrir al sistema tradicional.
Las grandes corporaciones tienen notable influencia sobre los políticos de turno, de manera que, como se ha visto a lo largo de la Historia, no resulta difícil conseguir que un parlamento vote a favor de una acción militar contra un malvado dictador que, a pesar de llevar años en el poder y no haber levantado nunca la preocupación "moral" de tan comprometidos políticos, de repente se convierte en la encarnación del demonio en la Tierra y se procede a un generoso acto de redención y liberación de sus súbditos.
Ejemplos de la década pasada los tenemos todos en mente. Irak, Afganistán… ¿Libia?
¿Y la ONU?
Según Perkins, los países que sí accedieron a los deseos del EHT también deben votar las resoluciones en función de los intereses de la corporatocracia como parte del pago de su deuda.
Tras la destrucción del país problemático, éste se llena de corporaciones internacionales dispuestas a levantarlo de nuevo. Ingeniería civil, centrales energéticas, constructoras, prospectoras de petróleo y gas, etc. Objetivo cumplido...
Sobre la idea de conspiración que rodea este asunto, Perkins nos da una bofetada de las buenas.
A los conspiradores se les puede detener y llevar a los tribunales.
Pero aquí no hablamos de un grupo de hombres ocultos, sino de un sistema y un concepto que todos hemos admitido como verdad absoluta:
que todo crecimiento económico es beneficioso para la humanidad y que, por consiguiente, a mayor crecimiento más se generalizarán los beneficios para todos.
Es decir, que aceptamos complacientes el desarrollo porque entendemos que es bueno, sin mirar lo que hay detrás:
Algunos de ellos, como yo, sabían lo que estaban haciendo.
Pero la gran mayoría se limitó a aplicar lo que se les había enseñado durante sus estudios de administración de empresas, ingeniería o derecho, o se limitaron a emular el ejemplo de los jefes que, como yo, ejemplificaban el funcionamiento del sistema mediante su propia avidez y aplicaban el sistema de premios y castigos dirigido a perpetuar dicho sistema.
Estos participantes se veían a sí mismos llenos de buenas intenciones, como poco, y los más optimistas consideraban que estaban ayudando a un país empobrecido.
Inconscientes y engañados, o auto-engañados en muchos casos, sí, pero no juramentados en ninguna conspiración clandestina. Esos actores eran producto de un sistema que lleva adelante la forma de imperialismo más sutil y más efectiva que el mundo haya visto nunca.
Nadie tuvo que salir a buscar hombres y mujeres que se dejasen seducir por sobornos o por amenazas: estaban ya reclutados por las compañías, los bancos y las agencias de la administración. Los sobornos consistían en salarios, incentivos, planes de pensiones y pólizas de seguros.
Las amenazas se basaban en la sanción social, la presión de los rivales y el tema tácito de la futura educación de los hijos.
¿Cómo va uno a rebelarse contra el sistema que según todas las apariencias le suministra casa y coche, alimento y vestido, electricidad y medicinas?
Aunque sepamos que es el mismo sistema que ha creado un mundo en donde mueren de hambre todos los días veinticuatro mil personas, y muchos millones de personas más nos odian, o por lo menos odian las políticas practicadas por nuestros representantes elegidos.
¿Quién tiene valor para salirse de la formación y poner en duda conceptos que uno mismo y quienes le rodean siempre aceptaron como la verdad del evangelio, aunque uno sospeche que el sistema está al borde de la autodestrucción?
Desde pequeños, se nos ha enseñado, por activa o por pasiva, que hay que ser codiciosos y que el beneficio es el objetivo.
Hemos de consumir desenfrenadamente, "ir de compras" sin ni siquiera saber qué vamos a comprar, porque nos consideramos con el deber cívico de adquirir artículos y que el sistema siga funcionando.
¿No es eso lo que nos dicen para salir de la crisis, que hay que fomentar el consumo?
Ya que hay tanta gente empeñada en cambiar el mundo protestando y gritando contra todo lo que se mueve ahí fuera, estaría bien que empezáramos primero por ver qué hay detrás de cada acción cotidiana, de cada producto que compramos o de cada burger al que llevamos a los niños para que se diviertan el día de su cumpleaños, por poner un caso.
En el artículo anterior hablábamos de la Sombra. Pues bien, este es uno de sus aspectos.
Y ahora, ¿a que no mola bajar a los infiernos?
John Perkins en un extracto de...
Fuente: http://www.bibliotecapleyades.net/sociopolitica/sociopol_globalelite_la32.htm
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