AP MUNDO
15 marzo 2011
A diferencia de los terremotos en Chile y Haiti, en donde el desespero, los saqueos, los robos y la inseguridad hacían parte de la emergencia, en Japón el trabajo en equipo y el respeto por el otro ha sido la clave para sobrellevar la tragedia.
“Los japoneses somos buenas ovejas: ellas son calmadas, se mueven juntas, comen juntas, piensan lo mismo y no actúan como tigres en la jungla”.
La descripción es de Yasuhisa Suzuki, consejero de la Embajada de Japón en Colombia, y es la mejor frase para describir por qué los japoneses, en medio de la devastación, de los muertos y los desaparecidos, enfrentan con tranquilidad y entereza la tragedia que dejó el terremoto y el tsunami del pasado viernes.
Es inevitable no comparar el drama de Japón con el que vivieron los chilenos o los haitianos, también por terremotos: no hay peleas a muerte por un trozo de comida, nadie roba al vecino y tampoco se han armado de piedras o palos para saquear almacenes en busca de comida, o de algún televisor o nevera, poco útiles para estas emergencias.
Y es que a Japón su historia y ubicación geográfica lo hacen diferente: no tienen fronteras físicas y las invasiones, las guerras, dos bombas atómicas (en Hiroshima y Nagasaki) y los desastres que causaron grandes terremotos como el de 1923 en Tokio (que dejó 142.800 muertos) y el de 1995 en Kobe (que mató a 6.400) les enseñaron que la única salida para ponerse en pie es el trabajo en equipo.
¿Por qué no hay saqueos ni robos? La respuesta para Yasuhisa Suzuki es sencilla y hasta obvia: “La sociedad castiga muy duro a los que quieren aprovecharse de este tipo de tragedias. Reciben castigos muy fuertes y la comunidad no perdona”. Allá se piensa en el bienestar del grupo.
Hacen, con paciencia, las filas para recibir las ayudas, no importa cuánto tiempo tengan que esperar, igual, saben que hay para todos. Tienen claro hasta dónde llegan las responsabilidades del Gobierno con ellos y entienden que los fenómenos naturales son imprevisibles y que de ellos también depende recuperarse económica y socialmente.
Saben organizarse: cocinan para todos, adaptan curiosas mesas para cargar celulares (sin que nadie los robe ni cobre por el “servicio”) y se ayudan mutuamente, hasta para limpiar los escombros de la casa vecina.
Están preparados
Muchos vieron morir a sus seres queridos y otros mantienen la esperanza de encontrarlos. Pero en medio del dolor, en el fondo los japoneses saben qué deben hacer y cómo actuar ante eventos naturales como el que vivieron el pasado viernes.
“Estamos psicológicamente preparados”, asegura el consejero de la Embajada de Japón en Colombia, quien sabe muy bien qué es ser víctima de un sismo: perdió su casa y a algunos de sus parientes en el terremoto de Kobo, en 1995.
En Japón tiembla cada tres meses y es la razón para que sea un país previsivo. Los albergues para las víctimas existen desde antes de que ocurran las emergencias: les llaman centros de refugio, dotados con lo mínimo para la atención humanitaria (cobijas y agua), y que la comunidad y los organismos de emergencias tienen plenamente identificados para hacer más fácil y eficaz el envío y la recepción de las ayudas.
“Hacemos simulacros al año. En los colegios se les repite a los niños hacia dónde tienen que ir (en caso de emergencia) y es obligatorio tener debajo de los pupitres una cobijas de protección para que no se lastimen la cabeza”, cuenta Yasuhisa Suzuki.
En las casas, las familias tienen un kit de emergencia (agua, alimentos de lata y galletas, como mínimo). Si pierden sus casas, cada municipio tiene apartamentos públicos que son rentados a estas familias o a personas de bajos recursos, en donde pueden permanecer hasta que su situación les permita tener una vivienda propia.
Y en este punto los japoneses también marcan la diferencia: en Japón no hay paternalismos. “El que no trabaja, no come. El que no se autoayuda, no se salva. Cada quien vive por su propia cuenta y no depende del Gobierno. Aunque una emergencia como ésta sí es asunto del Gobierno, cada quien tiene que levantar su vida. En Japón no hay mendigos, nadie da plata, cada quien tiene que trabajar. Nadie pide y si alguien lo hace, nadie le da”, dice Yasuhisa Suzuki.
Y aunque para una cultura como la occidental esta postura suena egoísta, tiene otra lógica: cada quien se ayuda a sí mismo, sin llegar al individualismo, porque creen que si alguien ayuda a otro, el bienestar se duplica, y si llega un tercero, se triplica. Una estrategia efectiva en un país con 127 millones de habitantes.
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