Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
Alguna vez, Simon Wiesenthal, el mayor cazador de nazis del mundo, afirmó que “la organización mejor informada y más poderosa del mundo es el servicio de inteligencia del Estado Vaticano”. Bastaría esta sola cita para no solo corroborar la existencia de un sistema de espionaje internacional organizado por la Santa Sede sino también para subrayar su importancia. La necesidad de información ágil y eficiente y la defensa de los bienes eclesiásticos, del poder político y económico que representó y representa el Papado exigen, al menos desde hace quinientos años, esto que la propia Iglesia no duda en calificar como un “mal necesario”. Investigar el tema, sin embargo, ha significado siempre un tabú y un sacrilegio. Hasta hace pocos años, solo el historiador español Domènec Pastor Petit se había atrevido.
Así lo reconoce Eric Frattini, autor de La Santa Alianza. Cinco siglos de espionaje vaticano (2004), obra de la que este nuevo libro, Los espías del Papa, pretende ser una segunda parte o una revisión ampliada reseñando la vida de sus actores. La Santa Alianza, un servicio de espionaje “efectivo, implacable y de obediencia ciega”, fue creado en el siglo XVI por orden del Papa Pío V en el marco de la Contrarreforma. El nombre le fue dado por el propio pontífice, de larga experiencia como jefe del Santo Oficio, en honor a la alianza secreta entre el Vaticano y la reina católica de Escocia, María Estuardo. Fortalecer el reinado de esta como punta de lanza para recuperar la Inglaterra de Isabel I al redil de la Iglesia fue, pues, el primer objetivo. El libro de Frattini sigue puntualmente la trayectoria de veintiún agentes que cubren los últimos cinco siglos y cerca de cuarenta papados. En su mayoría se trata de cardenales que tenían a su cargo esta unidad eclesiástica y por lo tanto, se desempeñaban muy próximos al Papa de turno. No faltan, sin embargo, simples informantes, agentes dobles infiltrados en otros servicios y hasta verdugos con autorización para matar.
TIEMPOS Y ESCENARIOS
La ruptura de la unidad católica, que en el siglo XVII enfrentó la Francia de Richelieu y Mazarino a la España de los Habsburgo, convirtió a la primera en el segundo gran objetivo del Vaticano. A tales efectos, el cardenal Paluzzo Paluzzi recurrió a una organización compuesta por onces monjes, la “Orden Negra”, con la misión de conspirar contra el servicio diplomático francés y, posteriormente, incidir en los complejos episodios en torno a la Guerra de Sucesión de España.
La Revolución Francesa, en particular el período jacobino, fue otro de los centros de atención. A través de la red de informantes creada por el abate de Salamon La Santa Alianza habría participado en el fracasado intento de huida de la familia real en 1791 y en la legendaria “Operación Heredero” que intentó rescatar al pequeño hijo de Luis XVI y María Antonieta. En julio de 1809 Napoleón Bonaparte secuestra al Papa Pío VII junto al cardenal camarlengo Bartolomeo Pacca. Este último, jefe del espionaje papal durante treinta y cinco años, cumpliría un papel relevante en el Congreso de Viena, prestigio que luego usaría para combatir a la sociedad masónica de los carbonari.
LOS DESAFÍOS DEL SIGLO XX
Eric Frattini
Solo el papa Juan XXIII obligó al servicio de espionaje a permanecer en la más absoluta inactividad. En los años más recientes la Santa Alianza se vinculó con el Mossad y la CIA e influyó decisivamente en el sindicato “Solidaridad”, de Lech Walesa, lo que a la postre derivó en la caída del “socialismo real” durante el papado de Juan Pablo II.
Fueron transformaciones que, andando los años, resultaron acordes a las exigencias de un siglo de conflictos bélicos de proporciones planetarias y gobiernos de la Iglesia cada vez más politizados. A los enemigos exteriores hubo que sumarle la lucha por el poder en el seno de la Iglesia y las rivalidades individuales por cargos jerárquicos. La S.P. adquiriría pronto un poder inusitado, enfrentando incluso a la Santa Alianza. Su búsqueda de información alcanzó incluso a Uruguay a causa de un nuevo presidente “que defendía la separación de Iglesia y Estado y la supresión de las fiestas religiosas” en clara alusión a Batlle y Ordóñez. Defenestrado por el papa Benedicto XV, monseñor Benigni acabó siendo reclutado por la OVRA, la policía secreta de Mussolini, y hasta pudo haber integrado la conspiración que dio lugar a la controvertida muerte del Papa Pío XI.
Mientras tanto, en 1926, se formó la Russicum, división rusa de la Santa Alianza, cuya finalidad era infiltrar sacerdotes en la Rusia revolucionaria. Fue solo una ilusión. Uno de sus principales miembros, el sacerdote Alexander Deubner, terminó convirtiéndose escandalosamente en agente de la OGPU soviética.
El más agitado caudal de operaciones se concretó, por supuesto, durante la Segunda Guerra Mundial. Ya en 1937, el nacionalsocialismo había sido condenado en la encíclica Mit brennender Sorge, de Pío XI. Tal decisión fue el resultado de los informes del padre Günther Hessner acerca del genocidio en diversas clínicas de deficientes mentales, enfermos incurables y ancianos extremos. En 1939, al borde de la guerra, el Papa preparó una nueva condena donde se ponía de manifiesto la incompatibilidad entre la ideología fascista y la doctrina de Jesucristo. Su repentina muerte, en febrero de ese año, sepultó el nuevo texto hasta veinte años después cuando Juan XXIII lo hizo público. La omisión del sucesor de Pïo XI, monseñor Eugenio Pacelli, luego designado Papa Pío XII, puede tener explicación en sus doce años de relacionamiento con el Reich como nuncio en Berlín. Su elección convirtió al Vaticano en el primer campo de batalla política de la crisis mundial que se avecinaba. Alemania e Italia por un lado y Francia, Inglaterra y Estados Unidos por otro, procuraron influir en ella. El Reich hasta intentó comprar el voto de varios cardenales ofreciéndoles tres millones de marcos en lingotes de oro. Según afirma Frattini, Pacelli era el candidato ideal de Adolf Hitler. Tal favoritismo pudo haber tenido sus frutos a la hora de la derrota cuando, a instancias del sacerdote croata Krunoslav Draganovic, se creó el llamado “Pasillo Vaticano”, que permitió la fuga de Europa de criminales de guerra como Adolf Eichmann, Herbert Cukurs y otros.
ALGUNAS PUNTUALIZACIONES
Su obra se circunscribe a los hechos con un mínimo de interpretación, jugando con la curiosidad del lector ante un tema poco explorado. Si bien realiza aclaraciones cuando de los hechos referidos existen distintas versiones o cuando sólo son “leyendas”, algunas de sus afirmaciones carecen de una base plenamente comprobable. En muchos casos el autor, sin otra explicación, remite a su obra anterior, La Santa Alianza, cinco siglos de espionaje vaticano o alude a croquis y fotografías ausentes en esta edición. La veracidad de sus datos aumenta cuando se adentra en los siglos XIX y XX aunque en los últimos capítulos es evidente que la información podría ser más abundante. Nada se menciona, por ejemplo, sobre la discutida muerte de Juan Pablo I y las relaciones de la Iglesia con el Banco Ambrosiano. Con estas salvedades, el relato es apasionante.
LOS ESPÍAS DEL PAPA, de Eric Frattini. Espasa, Buenos Aires, 2008. Distribuye Gussi. 350 págs.
Alfredo Alzugarat
alvemasu@adinet.com.uy
Publicado, originalmente, en El País Cultural Nº 984, 19 setiembre de 2008
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