-- Traducido por Martín Arocondori de un artículo aparecido en The Guardian
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Los Aymaras y su sorprendente visión del Tiempo, por Laura Spinney
Los Aymaras y su sorprendente visión del Tiempo
Para los aymara, un pueblo que habita en los Andes, el futuro espera atrás y el pasado se ve adelante. Buen ejemplo de cómo los distintos idiomas reflejan y dan forma a cómo concebimos el tiempo.
El anciano protege sus ojos de la intensa luz altiplánica y piensa en la pregunta. Cuando habla de sus antepasados ¿se refiere a los incas? No, responde en cierto castellano híbrido, se refiere a su tatara-tatarabuelo, y con su mano derecha hace un gesto giratorio hacia arriba y hacia adelante. Los incas, añade, vinieron antes. Y con la misma mano hace un gesto que indica aun más hacia adelante, hacia las montañas y el horizonte.
En la siguiente secuencia de video, el investigador pide a una mujer que explique los orígenes de su cultura. Ella empieza a describir la generación de sus padres, luego la de sus abuelos y así sucesivamente, extendiendo su brazo hacia adelante más y más mientras habla. Luego empieza a contar cómo los valores de las anteriores generaciones han ido transmitiéndose hasta ella (su mano va acercándose paulatinamente otra vez hacia su cuerpo) y cómo ella a su vez los transmitirá a sus hijos (con el pulgar indica hacia atrás por encima de su hombro).
El hombre y la mujer pertenecen a un pueblo amerindio llamado aymara que vive en algunos de los valles más elevados de los Andes, en el norte de Chile, en este caso. El investigador es Rafael Núñez, un experto en cognición de la Universidad de California en San Diego interesado en averiguar de qué manera formamos ideas abstractas como el tiempo. Núñez cree encontrarse ante la prueba definitiva de que los aymaras tienen un sentido del transcurrir del tiempo que es simétricamente opuesto al de él: el pasado se encuentra delante de ellos, el futuro está detrás.
Junto con su colaboradora, la lingüista Eve Sweetser, publicará sus descubrimientos este mismo año aunque éstos ya han dado lugar a preguntarse si otros pueblos tendrán concepciones del tiempo similares a la de los aymaras. George Lakoff, lingüista de la Universidad de California en Berkeley, cree que es muy posible. Las pistas se encuentran en el idioma y "hay seis mil lenguas, la mayoría de las cuales jamás se han escrito", señala. Con un mayor alcance, el trabajo de Núñez y Sweetser resalta la naturaleza mental del tiempo.
Metáforas de nayra y qhipa
El tiempo, como mostró Einstein, es un concepto complicado de aprehender y todos los idiomas recurren a metáforas para expresarlo. De hecho, con una monotonía que sorprende, recurren todos a la misma metáfora: el espacio. Si un hispanohablante dice: "nos acercamos a la fecha límite" está expresando inminencia en términos de cercanía, que es una propiedad del espacio físico. Cualquiera entenderá perfectamente lo que quiere decir, aunque la fecha límite no sea una entidad que exista en el mundo físico.
Entonces, si los hitos temporales sólo existen en nuestra mente, ¿de dónde procede nuestra noción del tiempo? ¿y por qué somos tan proclives a entender el tiempo como movimiento? En todos los idiomas indoeuropeos, incluyendo el español, y también en lenguas tan dispares como el inglés, hebreo, polinesio, japonés y bantú, los hablantes tienen frente a sí el futuro. El tiempo discurre desde un punto frente a ellos, atraviesa el lugar donde se encuentran (el presente) y se aleja en el pasado a su espalda. Los aymaras también sienten que el tiempo se mueve pero, para ellos, los hablantes están de cara al pasado y de espaldas al futuro.
La palabra aymara que indica el pasado es nayra, que literalmente significa ojo, a la vista o al frente. La palabra que traduce futuro es qhipa, que quiere decir detrás o a la espalda. No cabe duda de que los jesuitas percibieron esta rareza en el siglo XVI, cuando se internaron en las montañas para predicar el evangelio. En fechas más cercanas los antropólogos lingüistas han tratado de encontrarle algún significado. En 1975, Andrew Miracle y Juan de Dios Yapita, ambos de la Universidad de Florida, se dieron cuenta de que qhipüru, la palabra aymara que se traduce como mañana, combina qhipa (: atrás) y uru (: día), siendo literalmente "día que está a la espalda".
Con los años han surgido rumores de rarezas de ese tipo en otros idiomas. Agathe Thornton, experta en la tradición oral maorí, daba cuenta en la década de 1980 de que los hablantes de maorí usaban palabras con significado de "frontal" para declarar hechos anteriores en el tiempo. Asimismo el malgache emplea "al frente" como "antes que" Parecía que el aymara no se había quedado solo invirtiendo el transcurrir del tiempo. Hasta 1980, Lakoff y Mark Johnson, filósofo de la Universidad de Oregón, trataron de disuadir que se llegara a la conclusión contraria.
Depende del observador
Lakoff y Johnson se dieron cuenta de que no sólo distintas lenguas podían hacer uso de diferentes metáforas para el tiempo, sino que el mismo idioma podía contener más de una metáfora. En inglés, por ejemplo, los hablantes pueden cambiar entre al menos dos sistemas de referencia distintos cuando hablan del orden de los acontecimientos, una curiosidad que Núñez ha demostrado con un sencillo experimento. Pídase a un grupo de personas al azar que responda a una pregunta: si de una reunión programada para el miércoles se dice que "is moved forward two days" ¿en qué día cae la nueva reunión? "Aproximadamente el 50% dirá que en viernes, mientras que el otro 50% dirá lunes," dice Núñez. La palabra "moved" permite la ambigüedad de creer que la reunión se traslada hacia delante en el tiempo, teniendo lugar después, o que se acerca al presente en el tiempo.
La razón por la que difieren las respuestas reside en que la mitad de la gente se coloca a sí misma como punto de referencia. El tiempo se desplaza hacia ella de manera que "forward" indica hacia el futuro, de ahí que se responda viernes. Pero también cabe imaginar un marco de referencia temporal que excluya al ego, como en, "el lunes sigue al domingo". En ese caso es como si el hablante mirara un paisaje o una cinta transportadora temporal de la cual se le aparta. En esa cinta transportadora los acontecimientos que ocurren más tarde vienen detrás de los que ocurren antes, de modo que "forward" puede indicar también lunes.
Todo un sistema de normas establece qué metáfora es la adecuada para determinado contexto, pero tal como demuestra el experimento de Núñez, algunas situaciones son ambiguas. Él y su colega, Ben Motz, incluso fueron capaces de influir en las respuestas de la gente para hacerlas proclives a responder lunes. Lo hicieron mostrándoles previamente una secuencia de cubos cruzando una pantalla, una escena de movimiento que no depende de la posición del observador.
Gestos con las manos
Así que en lo que se refiere a los aymaras, Núñez decidió actuar prudentemente: "Lo que nunca se les ha preguntado a los aymaras es si cuándo utilizan esas dos palabras nayra y qhipa lo hacen en referencia a ellos mismos o en referencia a otro momento del tiempo". Si lo hacen en referencia a otro momento, no habría gran diferencia entre ellos y los norteamericanos del experimento que pensaron que la reunión se realizaría el lunes; si la referencia son ellos mismos, entonces estamos ante una prueba concreta de que existe un abismo conceptual entre ellos y nosotros, contempladores del futuro.
Para descubrir cuál de los dos casos se daba decidió estudiar de forma simultanea la gestualidad y el habla de los aymaras ya que en sus gestos las personas tienden a interpretar la metáfora que utilizan al hablar. Piénsese en alguien que expresa elección y, con las palmas de las manos hacia arriba, sube y baja éstas como si estuviera pesando algo en una balanza.
Desafiando el aire enrarecido que hay a 4000 metros de altura, entrevistó a 27 adultos, algunos de los cuales eran monolingües en aymara y otros bilingües en aymara y español.
Conversaron sobre los tiempos pasados y los acontecimientos futuros en su comunidad. En total registró unas 20 horas de conversación en video, partes de las cuales analizó desde el punto de vista de la sincronía entre la palabra y los gestos. De ahí llegó a la conclusión de que los aymaras realmente tenían dos marcos de referencia en lo que respecta al tiempo.
Cuando hablaban de periodos de tiempo dilatados sus gestos indicaban que ellos asumían que se extendían de izquierda a derecha, excluyéndose ellos mismos. Sin embargo, cuando hablaban de periodos más cortos, digamos varias generaciones, el eje era adelante-atrás con ellos en el punto central. Los gestos del anciano y de la mujer hablando de sus abuelos confirmaban que verdaderamente pensaban que el pasado estaba delante de ellos.
El valor de lo visual
Núñez cree que el motivo por el cual los aymaras piensan de esta forma tiene que ver con la importancia que confieren a la vista. Todo idioma tiene un conjunto de marcadores que obliga al hablante a prestar atención a algunos aspectos de la información que se quiere expresar y no a otros. El francés hace énfasis en el género de un objeto (sa voiture, son livre), el inglés en el género del sujeto (his car, her book). El idioma aymara marca si el hablante vio cómo sucedía la acción: "Ayer mi mamá cocinó papas (pero yo no la vi cocinar)".
Si el hablante obvia el uso de estos marcadores será considerado un fanfarrón o un mentiroso. Hace treinta años, Miracle y Yapita pusieron de relieve las frecuentes respuestas incrédulas de aymaras a algunos textos escritos: "'Colón descubrió América' - ¿de veras estuvo el autor allí?". En un idioma tan dependiente del testimonio ocular no debe sorprender que el hablante se ponga metafóricamente de frente a aquello que ya ha sido visto: el pasado. Es incluso lógico, dice Lakoff.
"Lo del aymara es una gran noticia," dice Vyvyan Evans, una lingüista teórica de la cognición de la Universidad de Sussex. "Es el primer ejemplo bien documentado de cómo el futuro y el pasado se estructuran de una manera totalmente distinta a gran cantidad de lenguas, incluido el inglés".
Pero el propio trabajo de Evans ya había predicho que habría gente en el mundo con una visión del tiempo totalmente distinta. Lo único que los seres humanos tienen en común en lo que respecta a la experiencia temporal son los mecanismos de percepción del cerebro. "Hay cambio a nuestro alrededor, hay movimiento en torno a nosotros, y necesitamos poder procesar esa información," dice Evans. Por eso el cerebro humano ha evolucionado para reconocer tres componentes básicos del tiempo: duración, simultaneidad y repetición.
La mayoría de idiomas tienen formas de expresar los tres fenómenos pero pueden combinarlos en metáforas determinadas culturalmente. El inglés, por ejemplo, da la posibilidad de comprar tiempo, cosa de la que carece el aymara. La existencia de distintas metáforas en una lengua orienta al idioma hacia una visión del tiempo ligeramente diferente y en ocasiones única.
¿Sólo tiempo o algo más?
Cuanto más próximos son los idiomas, más próximas están sus metáforas. Los aymaras han estado bastante aislados del resto del planeta durante mucho tiempo y por el momento su idioma es el único al que se le ha demostrado una divergencia completamente espectacular. No es fácil decir hasta qué punto su concepción del tiempo influye en otras partes de su pensamiento, o cómo se ven influidos los hablantes de inglés o hebreo por sus propias concepciones temporales. "Podría no afectar a todo pero sí a muchas cosas importantes," dice Lakoff. "Por ejemplo, probablemente no se elijan las mismas metáforas para expresar situaciones en proceso."
Miracle y Yapita, en un trabajo de 1975, describían la "gran paciencia" de los aymaras, que no juzgaban excesivo esperar medio día a un camión que les llevase al mercado. A la gente de las culturas anglosajonas le gusta hacer planes y se siente violentada cuando la vida interfiere. Pero si el futuro no está a la vista, dice Martha Hardman, antropóloga de la Universidad de Florida, la planificación pierde parte de su importancia.
Hardman ha estudiado a los aymaras durante 50 años (Miracle y Yapita fueron estudiantes suyos). Cuando, en la década de 1950, llegó al Perú, entre los aymaras, le sorprendió la ausencia de jerarquías sexuales. La gente daba valor a saber recirdar los orígenes de uno: la propia comunidad, los antepasados o la madre. A las mujeres se las respetaba más que en su país de origen. "De pronto me vi tratada como un ser humano," afirma.
50 años después no puede dejar de sentir que es su propia cultura materna, no la aymara, la que tiene inclinaciones antinaturales. En inglés se nos insta a ignorar el pasado, dice. "Tratamos de pensar que no está ahí y sin embargo lo llevamos como equipaje en nuestro camino."
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