UNA MIRADA BUDISTA DE LA ECOLOGÍA
Por Jorge Rovner
En uno de los más conocidos Sutras del Budismo, el del Diamante, el fiel budista toma el compromiso de no hacer daño y ayudar a todos los seres sintientes. Este compromiso, válido como una toma de posición frente al mundo y a su diversidad, define al Budismo en el mundo.
La perspectiva Budista es profundamente optimista. Todo está abierto al cambio, sin trabas, a nuestro alcance y al alcance de todo el que decida hacer el esfuerzo necesario. Si las condiciones son apropiadas, todo puede suceder. Desde un punto de vista, la verdad de la impermanencia, la verdad de que todo está en permanente mutación, nos muestra que la realización de nuestros ideales más elevados y nuestros sueños más profundos son posibles. La responsabilidad última reside en nosotros. Estamos solos en nuestros pensamientos y actos y con toda la responsabilidad de nuestro destino. Nosotros mismos nos salvamos o nos condenamos.
Estamos aquí, decimos los budistas, como el hombre frente a un arroyo correntoso. Debemos únicamente tomar o dejar pasar. Si necesitamos, tomamos solo la cantidad de lo que realmente necesitamos. Si, por el contrario, no necesitamos, dejamos pasar.
No acumulamos, no competimos con otros ni nos preocupamos por nuestro pasado o nuestro futuro. Estamos aquí y ahora. Somos “esto”.
El Budismo reconoce que el mundo es tan complejo que realmente no podríamos predecir con absoluta precisión las consecuencias de nuestras acciones de una forma científica, no podemos predecir el futuro. El Buda por tanto, recomendó una colección de preceptos éticos para sus seguidores, el más destacado de ellos fue el principio de no-violencia o Ahimsa. La violencia es, al fin y al cabo, la negación última de nuestra interconexión, lo más alejado de actuar en armonía con la realidad. Esto nos da, por así decirlo, la oportunidad de que nuestras acciones tengan buenas consecuencias, teniendo en cuenta la infinita complejidad del mundo. En un discurso medioambiental esto se podría extender a nociones como el principio de precaución. No son reglas o mandamientos, sino principios-guía, y somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de cómo ponerlos en práctica de la mejor forma en los dilemas de la vida diaria. No obstante sin consciencia no tenemos la oportunidad de actuar hábilmente, y el Budismo nos pide una y otra vez ser conscientes en todo momento.
Como dice el filósofo y maestro budista David Loy en su libro El Gran Despertar: “Con el fin de determinar el valor ético de una acción, el budismo considera sus consecuencias utilitarias menos importantes que el “estado completo de tu corazón y tu mente”. Las acciones éticamente sanas brotan espontáneamente cuando el estado de nuestra mente es esencialmente compasivo.
Nuestro mundo y las relaciones que establecemos las personas entre sí y con su ambiente debieran estar movidos por nuestra compasión, nuestra bondad, nuestro desapego y la sensación de fugacidad de nuestras vidas.
En la sencilla actitud de respetar la diversidad, cumplir rectamente con nuestros principios y negarnos al engaño de atesorar, estamos preparando al mundo para un nuevo renacer.
Además, según el canon budista; las cosas no aparecen al azar: el universo obedece ciertas leyes naturales, que nos resultan familiares gracias a las disciplinas de la física, la astronomía, la biología, la psicología y demás – y , por supuesto, la vida espiritual en sí misma. Estas ya han sido descritas como las Niyamas. Si queremos recibir cosas buenas a través de nuestras acciones, tenemos que educarnos dentro de lo posible en los detalles de estas leyes. En el Budismo no hay lugar para buenas intenciones sentimentales pero torpes.
Allan Watts dice en su “Hablando del Zen” : “Debemos vivir pensando claramente en nuestro futuro, pero tenemos también que ser capaces de ver la perfección total de cada instante”
De este modo, el Budismo nos enseña un compromiso con el mundo de cada día. A través de nuestras acciones creamos el mundo en el que vivimos, a través de nuestras acciones tenemos la oportunidad de purificarnos, de liberarnos de nuestras ilusiones y así poder actuar por el bienestar de todos los seres. De hecho el Budismo habla de nuestro deber de hacerlo, y deberes en general, mas que derechos. Como dice elocuentemente Sangharakshita:
“El Budismo, estando basado en la comprensión del vacío, sobre el no-yo, sobre el no-egoísmo, enseña la doctrina de la interpenetración mutua de todas las cosas, inculca la práctica del amor y la compasión, exhorta a hombres y mujeres a realizar sus deberes en cada paseo de vida, y por tanto tiende naturalmente al establecimiento último de la paz, ambos en los corazones y mente humano y en el mundo exterior”
Krishnamurti comentaba sabiamente: ”A fin de comprenderte a ti mismo, debes experimentar y observarte en tus relaciones con las personas y las ideas”.
Las consecuencias de las acciones son ineludibles, y por lo tanto en el Budismo no hay espacio para la inacción; la inacción es en sí misma una acción, y las consecuencias fluirán de ésta tanto como de una acción. El Budismo por tanto nos invita a reflexionar sobre la urgencia de nuestra situación y a generar una gran energía para nuestra práctica. Las acciones tienen consecuencias, y consecuencias apropiadas a estas últimas.
Pongámonos en marcha, seamos agentes de cambio.
Jorge Luis Rovner
No hay comentarios:
Publicar un comentario