EL RESURGIMIENTO DE LA TRIBU ARCO IRIS
El siguiente relato de la anciana indígena norteamericana «Ojos de fuego», dedicado a su nieto, fue recopilado por Vinson Brown, quien accedió a la sabiduría sioux gracias a su padre: «El arco iris es un signo de Aquel que está en todas las cosas. Es un símbolo de la unidad de la gente dentro de una gran familia. Ve a la cima de la montaña, hijo de mi propia carne y sangre, y aprende a ser un guerrero del arco iris, pues únicamente derramando amor y felicidad entre toda la gente será posible que transformemos todo el odio que existe en el mundo».
Entre los vikingos, el arco iris o Bifrost era el puente que unía la Tierra (Midgard) con la Casa de los dioses (Asgard). En la tradición judeocristiana, es comparado con la luminosidad del trono del supremo hacedor. Concretamente, en el Génesis 9:13-16, al finalizar el relato del diluvio, Dios le dice a Noé: «He puesto mi arco en las nubes, el cual será la señal del convenio entre la Tierra y yo. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la Tierra, el arco aparecerá entre esas nubes. Y yo recordaré ese pacto, que es entre tú y yo, y entre toda criatura viva de cualquier especie; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda vida».
Para los griegos, Iris, la mensajera de Zeus, personificaba, cómo no, el arco iris, y simbolizaba el puente que une el cielo con la Tierra. Entre los incas, estaba representado por el dios Chuychu, cuya función en el panteón era la de «siervo del Sol». Para los mayas, la diosa del arco iris era Ixchel, esposa del dios supremo Itzamnan. Ixchel era la divinidad de la luna, la sexualidad, el nacimiento, el tejido y la medicina. Para los indígenas yukis de California el arco iris es en realidad el vestido multicolor del Gran Espíritu, el Creador de todo lo existente.
En las creencias paganas, es representado a menudo con forma ofídica, como en la tradición de los indios shoshones, que lo describen como «una serpiente gigante que se rasca la espalda contra el mundo celestial». Esta identificación es recurrente, tanto en América como entre los indígenas australianos, que representan a la serpiente vestida con todos los colores del arco iris. En el imperio azteca, la serpiente emplumada era llamada Quetzaltcóatl, una entidad que contiene todos los colores del arco iris y posee la fuerza vital que anima el espíritu de Gaia, la Pachamama de los indígenas. La representación de la serpiente arco iris también es especialmente importante en la cultura asiática.
En concreto, para los hindúes, el arco iris es la representación de la serpiente kundalini, la energía vital que recorre los siete chakras principales; cada uno de estos centros energéticos equivale a su correspondiente color del arco iris. Pero no solamente eso: el sonido que dio origen a la Creación, el fonema mágico «Om», también se representa mediante el arco iris.
Por otra parte, entre los tibetanos está presente en diversas manifestaciones artísticas, comenzando por las famosas banderas de colores que adornan sus casas y caminos. Los artistas usan el espectro natural de siete colores para ilustrar el principio general de que ningún fenómeno tiene una sustancia real y todos poseen cualidades de espiritualidad pura.
Vida errante
En 1965, el escritor Ken Kesey, autor del best-seller «Alguien voló sobre el nido del cuco», al frente del colectivo Alegres Pillastres o Hermandad del amor eterno, lideró un autobús comunitario que recorrería Estados Unidos de costa a costa, celebrando fiestas y performances con el LSD como invitado especial. Allí se congregaron supervivientes del movimiento beat, como Neal Cassidy (protagonista de En el camino, la célebre novela de Jack Kerouac), y jóvenes hippies interesados en la cultura del «ácido», que el científico Timothy Leary se encargó de extender hasta su ilegalización en 1966. El periodista Tom Wolfe reflejó como pocos el alocado mundo de aquellos primeros años de psicodelia en su mítico libro Gaseosa de ácido eléctrico (1968), crónica del legendario tour en autobús por América de estos «gitanos psicodélicos», comandados por Ken Kesey, al ritmo de la música de The Beatles y Grateful Dead, «inspirados» por el LSD y manipulados por los servicios de inteligencia.
La llamada «contracultura» norteamericana hizo converger a grupos en principio muy heterodoxos, como los creadores de las primeras performances o teatro improvisado y libre, llamadas Living Theatre, en Nueva York. Los miembros de The Hog Farm (La Granja del Cerdo) fueron otro de los colectivos influyentes de la época. Se trataba de una cincuentena de excéntricos californianos que derivaron por los canales del ecologismo más militante hasta acabar formando una de las primeras comunas. A su regreso de un viaje iniciático por Nepal, cambiaron su nombre por el de Earth People (Gente de la Tierra). La idea, en palabras de su líder, Hugh Romney, era nada menos que la de salvar el planeta: «Los ecologistas dicen que sólo tenemos treinta años para lograrlo. La situación es urgente y requiere que lo intentemos por todos los medios. El ejército del sistema está muriendo, mientras que el nuestro está apenas naciendo… Cuando hablo de nuestro ejército no me refiero a armas, sino a grupos de personas que luchan por la supervivencia de cualquier forma de vida».
Entre todas esas tribus también había grupos de inspiración anarquista, como los Diggers (cavadores). Estos últimos fueron los responsables del «Verano del amor» de 1967, cuando decidieron imitar a Robin Hood dando de comer a los pobres mediante métodos poco convencionales. Como relata Alberto Ruz en su libro Los guerreros del arco iris, «las mujeres diggers invadían mataderos, panaderías y mercados, mientras que los hombres recogían cajas de frutas, verduras, arroz y pescado, ‘liberándolos’ de las granjas y tiendas para dar de comer a los indigentes en el parque Panhandale de San Francisco». Además, los Diggers organizaron marchas y happenings callejeros en protesta por las injusticias de la policía y el gobierno de la ciudad. El 6 de octubre de 1967, desesperanzados por corruptelas internas, decidieron dar muerte simbólica «al hippie y al dinero», para iniciar una «resurrección».
Dos años más tarde se produjo uno de los hitos más significativos de la época: el Festival de Woodstock. Casi medio millón de jóvenes se reunieron durante tres días en una pradera al sur de Nueva York para oír a los grupos y cantantes del momento. Paradójicamente, este acontecimiento, referente para toda una generación de norteamericanos, señaló el declive del movimiento hippie.
La irrupción de la heroína entre los círculos juveniles (según algunos, obra de la CIA), el asesinato, a manos de los Ángeles del Infierno, de un fan de los Rolling Stones durante un concierto, y la matanza encabezada por el psicópata Charles Manson en la que, entre otros, murió Sharon Tate, la esposa del cineasta Roman Polanski, marcarían la criminalización del movimiento hippie, que pasaría a ser semiclandestino.
Sin embargo, fue a partir de su aparente destrucción cuando las «tribus del arco iris» se tornaron más productivas, bien «globalizándose» o bien adoptando el nomadismo.
Intercambio de conocimientos
Desde los años setenta se han venido realizando encuentros casi furtivos en lugares remotos de Europa y América. Centenares e incluso miles de personas, venidas de diferentes países y autoproclamadas «La nación arco iris», participan en estas celebraciones. Durante las mismas se instalan ecoaldeas temporales, rigurosamente respetuosas con el medio ambiente. A lo largo de una luna, los guerreros del arco iris intercambian conocimientos esotéricos, propuestas artísticas, espiritualidad y medicina tradicional, provenientes de los cinco continentes. Hasta hace poco, sólo se podía acceder a uno de estos encuentros, conocidos como Rainbow (arco iris), mediante el boca a boca, pero con la llegada de Internet las convocatorias están al alcance de casi todos.
Paralelamente, a partir de los años sesenta, y evolucionando el modelo recreado por Tom Wolfe en Gaseosa de ácido eléctrico, se organizaron caravanas que propagarían mensajes de tolerancia y alternativas a los modelos sociales imperantes. En autobuses multicolores recorrerían América, África y Asia, reconectando con el saber ancestral de alejadas culturas y trayéndolo de vuelta a los países occidentales. Fue así como se recuperaron tradiciones como el temazcal o sauna ritual indígena, el uso de las plantas de poder, las danzas sagradas o las ceremonias con el fuego y las cuatro direcciones, entre otras muchas. El baño ancestral del temazcal hoy está en boga no sólo en México, sino en Sudamérica e incluso en Europa.
En la actualidad, varias de estos grupos continúan recorriendo los continentes, sobre todo América. Concretamente, la «Caravana Arco Iris por la Paz», capitaneada por el incombustible Alberto Ruz, lleva doce años visitando Latinoamérica con una «ecoaldea ambulante», que extiende el mensaje acuariano mediante el circo, el teatro y modernos medios tecnológicos, como Internet. Son conocidos los contactos de Alberto Ruz con líderes indígenas y políticos de estos países. Actualmente, se encuentra en Brasil, donde ha conseguido financiación para sus proyectos por parte del ministro de Cultura, el también excepcional músico Gilberto Gil.
Disputa ideológica
Todos estos silenciosos movimientos han propiciado que nuevas tribus hayan convergido con los guerreros del arco iris. La de los rastafaris quizá sea la más conocida, con la consiguiente adición del color negro a este grupo ya de por sí multicolor y, con ella, la significación de su trasfondo africano, lo cual cumpliría la profecía de la «quinta raza» emergente que ya mencionamos.
También se han sumado al movimiento arco iris los seguidores de las últimas tendencias en música electrónica, con sus mensajes alternativos y ritmos hipnóticos. Ello ha generado una disputa ideológica, más allá de la estrictamente musical, que enfrenta a los puristas –defensores a ultranza de los tambores y otros instrumentos «naturales»– con quienes comparten el gusto por el ambient, el trance y otros géneros de música electrónica. Para los primeros, las máquinas están asociadas a «la Bestia» (en un sentido literal), razón por la cual censuran las aportaciones de esta última tribu. Al igual que ocurriera con los salvajes de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, rechazan una sociedad regida y manipulada por la tecnología.
Universidad Gaia
Y es que, en el fondo, en el movimiento arco iris subyace una dicotomía entre los partidarios y los detractores de la modernidad.
En un principio, la generación hippie encarnó una especie de retorno al paraíso, una integración completa con la naturaleza, lo que incluía, entre otras cosas, la renuncia a la luz eléctrica y al agua corriente. Representantes de esta radicalización organizaron las denominadas comunas, que han vivido una gran transformación durante los últimos treinta años, evolucionando hacia «comunidades» alternativas o ecoaldeas, un fenómeno sumamente heterogéneo, presente en muchos lugares del mundo. Actualmente, el movimiento arco iris promueve la creación de una «universidad Gaia» a escala planetaria.
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