Los mayas usaron los hongos psilocibes, el peyote y el olioluqui; los Incas la ayahuasca; los egipcios, el loto azul y la mandrágora; los griegos, el cornezuelo del centeno; los hindúes, el cannabis y la datuta; y así podríamos relacionar a cada cultura con una planta enteógena.
La finalidad del consumo de plantas enteógenas o de sus respectivos alcaloides es conseguir determinadas alteraciones de la conciencia. Esta modificación de la conciencia generalmente se ha orientado a la sanación, la adivinación, la exploración del mundo invisible o de la conexión con el mundo espiritual o divino.
Las plantas sagradas son conocidas con otros nombres: plantas alucinógenas, plantas psicodélicas, plantas psicomiméticas, plantas de poder, plantas visionarias, plantas maestras, plantas de los dioses, plantas mágicas, plantas de luz o plantas enteógenas, dependiendo según en que contexto o cultura son utilizadas.
Personalmente creo que la palabra "enteógeno" es la definición más acertada ya que, el uso más extendido en la mayoría de culturas es el de experimentar una comunión con lo divino o nivel más profundo y trascendente de uno mismo. Es un neologismo acuñado en el año 1979 por un equipo de investigadores formado por Robert Gordon Wasson, Jonathan Ott, Albert Hofmann y Carl A. P. Ruck. Proviene de la raíz griega theos (dios), el prefijo en (dentro) y el sufijo gen (que despierta o genera), y que por tanto viene a significar: "el que genera dios en mí" o "revela mi dios interior".
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