por Roger Payne, Presidente y Fundador del Whale Conservation Institute/Ocean Alliance
No importa donde vivamos o que costa visitemos, el aire y el océano transportan todos aquellos problemas que otras personas han creado en otros lugares del mundo, sin distinción del punto de partida de dichos daños, hasta nuestro hogar.
Las consecuencias de no poder entender que cada océano es un solo océano, y que todo el aire es parte de una sola atmósfera, es no poder apreciar uno de los aspectos más importantes del mar y del aire: que son líquidos y gases que se mueven libremente, y cada uno de ellos es un individuo que a su vez forma parte de un todo (con ambos medios, agua y aire, conectados íntimamente), juntos actúan como el sistema de distribución singular más gigantesco de la tierra, acarreando las sustancias que nosotros derramamos o emanamos desde cualquier punto en cualquier lugar hasta todos los puntos en todas partes.
No poder apreciar esto es ignorar que cuando pensamos que estamos limitando la polución únicamente a las cercanías de la fábrica que emana los gases tóxicos, o que limitamos el efecto de nuestros contaminantes sintéticos tan sólo a la boca del desagüe, cuando en realidad lo que estamos haciendo es asegurarnos que estas sustancias se esparzan por todas partes. Cuando una madre arrebata una botella de algún veneno letal, por ejemplo un insecticida, de las manos de su hijo de dos años y vierte su contenido en el lavadero para deshacerse de él (mientras instruye al niño acerca de lo peligroso que es jugar con una cosa tan tremenda como un insecticida), lo único que estará logrando es la posibilidad de que parte de ese mismo insecticida, con el correr del tiempo y en otra forma igualmente llegue a su hijo.
Todo aquello que ella desecha y vigorosamente elimina a través de las cañerías, se sumerge, como si fuese una catarata por las tuberías, escabulléndose en la oscuridad hasta finalmente llegar a una pileta, donde parecería que finalmente hallará su lugar de reposo. Pero no es así: luego de la pileta se dirige hacia un área donde se filtra el agua, separando lo líquido de los elementos sólidos, y luego de atravesar un proceso complejo, finalmente alcanza la tierra. Seguramente será entonces éste el destino final del veneno; lamentablemente no.
Dos años más tarde su hijo está jugando en el jardín de su casa, excavando para tratar de encontrar un tesoro. Su pala es demasiado complicada como para que la pueda maniobrar, entonces decide seguir excavando con sus manitos, sacando la tierra suave y húmeda, hasta alcanzar casi un pie de profundidad. El sistema del pozo aséptico estuvo bien diseñado como para constatar de que no exista materia fecal en la tierra, pero fue, como todos los sistemas de este tipo, completamente incapaz de eliminar las moléculas inextinguibles tales como las que se encuentran en los insecticidas, o de eliminar los componentes tóxicos de dichas moléculas. Luego, a la hora de almorzar, su hijo entra en la cocina y por centésima vez en su vida se olvida de lavarse las manos antes de comer; y termina comiendo parte del insecticida como el condimento letal dentro de su sándwich.
Pero, escucho que tú dices que no tienes un sistema de pozo aséptico; tu agua sucia va directamente a la cloaca de la ciudad. El cuento es el mismo, sólo que la ruta de acceso es distinta, y los tiempos de espera son un poco más largos. Tal como con el sistema del pozo aséptico, cuando el deshecho es procesado, las moléculas del insecticida permanecen sin alterarse, porque los sistemas cloacales no tiene manera de tratar con dichas moléculas. Finalmente también se derraman en un río, junto con el agua que ha sido propiamente tratada, y son transportadas por el río hacia le mar.
Allí se disuelven hasta lograr concentraciones casi insignificantes, con lo que se vería resuelto el problema. Pero un nuevo proceso comienza. Es, tal vez, como mirar al aprendiz de un mago, ya que lo que ocurre a continuación es que las gotitas de aceite dentro de las plantas y los animales microscópicos lentamente congregan y vuelven a concentrar las moléculas del insecticida que ya se habían esparcido significativamente; conservándolas en las grasas y los aceites de los pescados que luego comeremos los hombre. Esto sucede ya que cada vez que una molécula del insecticida disuelta en agua se encuentra con una gota de aceite en alguna planta planctónica, inmediatamente forma una solución con el aceite. Este proceso se da ya que estas moléculas venenosas se disuelven preferentemente en cualquier aceite antes que en el agua, y dichos aceites se encuentran en todas las plantas.
Cuando un vegetal planctónico es ingerido por algún animal planctónico, la molécula del insecticida, siendo ésta inmortal, permanece intacta, y por lo tanto, cuando el animal planctónico es consumido a su vez por un pez pequeño, que será luego comido por un pez más grande, las moléculas venenosas, aún sin alteración, se concentran en el último predador. De esta manera viajan a través de las cadenas alimenticias, aumentando su concentración aproximadamente diez veces, a medida que avanzamos en la cadena alimenticia (es decir, en cada predador sucesivo). Llegada la instancia en la cual las moléculas venenosas han llegado al tipo de pez que la madre suele servirle a su familia, se podrá haber alcanzado una concentración lo suficientemente elevada en el pescado a consumir, como para causarle serios problemas al grupo familiar.
Únicamente deshaciéndose adecuadamente del insecticida podrá la madre prevenir que el veneno ingrese en su hijo. Esto genera un gran dolor de cabeza; la mayoría de nosotros no tenemos ningún tipo de idea acerca de cómo deshacernos de los residuos peligrosos de una manera adecuada, y si tuviésemos noción de dichos métodos, tendríamos muy poco tiempo para implementarlos.
¿Qué es lo que posibilita estas situaciones? El hecho de que el agua sea el gran transporte / distribuidor de todos los químicos, sumado al hecho de que ahora fabricamos sustancias venenosas, que son en su mayoría inextinguibles y luego las desechamos sin ningún cuidado. Además del hecho de que ya que no podemos comprender y asimilar estos mecanismos, tampoco entendemos lo peligrosos que son.
Si solamente ingerimos un poco de estas sustancias tóxicas a lo largo de nuestras vidas puede no haber ningún problema, pero luego de un par de años de ingerirlas en pequeñas cantidades, inexorablemente se acumulan hasta llegar a niveles que pueden causar daños severos en nuestras vidas. El problema es que todos ignoramos lo peligroso que es descartar estas moléculas tóxicas tanto en el mar como en el aire, y por lo tanto, sin quererlo, las incorporamos en nuestro organismo y en el de nuestras familias.
Supongamos que estamos abordando un barco, ya que nos vamos a tomar unas vacaciones en un crucero; de pronto observamos con disgusto, en un rincón del puerto, un grupo de ratas husmeando alrededor de una boca cloacal, que chorrea sustancias de olor hediondo directamente a las aguas del puerto, sumado esto a la existencia de un parche de petróleo adornado con un poco de basura y otros elementos. Si las sustancias en cuestión son biodegradables, es improbable que ocurran daños severos. Pero si son sustancias inmortales, sintéticas y venenosas, que no se desintegran naturalmente (simplemente porque nunca habían existido en la naturaleza hasta ese momento y por ende no hay mecanismos naturales que puedan tratar con dichas sustancias) terminarán contaminando el océano entero. La conexión que la mayoría de nosotros no puede hacer es que en poco tiempo terminaremos nosotros mismos nadando entre los componentes más peligrosos de dicha contaminación, o comeremos alimentos que contengan formas concentradas de ella. Esto es porque los químicos tales como los que se ven ahora con más frecuencia , pero que llegaron a los puertos hace ya unos meses o inclusive años, han encontrado la ruta de acceso recientemente a las playas a las que concurrimos habitualmente. Mientras tanto, por supuesto, los químicos que acabamos de ver en el puerto llegarán a esas mismas playas y a los peces el próximo año, justo en el momento de nuestras vacaciones; y nos encontraremos nadando en la misma mezcla tóxica, y comeremos los mismos pescados, sólo que estaremos cada vez más lejos del punto en el que nos podamos dar cuenta de que realmente existe un problema. Todo esto ocurre porque el agua salada es parte de un único y continúo océano.
Para evitar estos problemas, debemos pensar antes de descartarnos de sustancias tóxicas al mar, y debemos advertir que lo que estamos logrando es una demora antes de que la misma sustancia regrese a torturarnos una vez más.
Con frecuencia se ha dicho que "la solución a la contaminación es la dilución" y esto es cierto hasta cierto punto, porque algunas de las moléculas que están accediendo a nuestras vidas son tóxicas inclusive en concentraciones increíblemente pequeñas. Si fueran más solubles en el océano, significarían una amenaza prácticamente nula. Sin embargo, las peores sustancias son, en su mayoría, insolubles en el agua de mar, y muy solubles en las grasas, ya que inmediatamente forman una solución con cualquier grasa con la que entran en contacto. Por ende el solvente en el cual la gran mayoría de ellas acabará es la grasa. Pero, sorpresa, el océano de grasa es un océano muy pequeño; demasiado pequeño para poder diluir todas las sustancias tóxicas que han accedido o accederán a él hasta convertirlas en concentraciones inofensivas. Las consecuencias de esto son muy serias, y constituyen lo que es, según mi creencia, probablemente una de las amenazas más poderosas a las que se enfrenta la humanidad: la lenta e inexorable acumulación de sustancias tóxicas en nuestro cuerpo. No importa donde vivamos o que costa visitemos, el aire y el océano transportan todos aquellos problemas que otras personas han creado en otros lugares del mundo, sin distinción del punto de partida de dichos daños, hasta nuestro hogar.
Existe tan sólo un océano....el hogar de las ballenas.
Dr. Roger Payne (c)
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