LA SOMBRA. La parte oscura de la personalidad
La sombra, nuestra propia sombra, esa figura oscura que proyectamos por la noche en las aceras, en las paredes, en cualquier sitio, nos ha ocasionado más de un sobresalto. Nos olvidamos de que nos sigue a todas partes y, de pronto, al doblar la esquina, inesperadamente, se atraviesa en nuestro camino provocándonos un susto de muerte. Quizá por eso Jung eligió el término de “sombra” para referirse a ese lugar oscuro del alma que da cuerpo a nuestra personalidad.
Resulta difícil entender a la sombra sin plantearnos el eterno problema del bien y del mal. A lo largo de los siglos muchos filósofos han reflexionado sobre esta dicotomía que divide a la naturaleza humana. La tradición cristiana premió el bien y condenó el mal, por lo que nos vimos obligados, si queríamos alcanzar la perfección, a ser incompletos, pues nos componemos de bien y de mal, las dos cosas a la vez. Pero cuando reprimimos esos pecadillos que forman parte de nosotros –como la soberbia, lujuria, pereza, crueldad, ira, chismorreo, avaricia, presunción...– y tratamos de esconderlos de la vista de los demás, algo en nuestro interior se revela y en el momento más inoportuno hará acto de presencia. Ese rasgo propio que no queremos ver ni en pintura crecerá a la sombra, sin amor ni comprensión. Entonces, la parte rechazada forcejeará con nosotros para intentar expresarse, y esta lucha puede provocarnos la misma desesperación de la que se quejaba San Pablo “Porque el bien que quisiera hacer no lo hago pero el mal que no quisiera hacer lo hago”, decía el apóstol.
Tras mucho caminar por la vida, nos hemos dado cuenta de que la sombra siempre nos acompaña, por lo que resulta inútil nuestro esfuerzo de aniquilarla. Alguien dijo muy sabiamente: Cuando no puedas vencer a tu enemigo, únete a él. Una observación muy atinada, porque de esa manera el enemigo se transforma en aliado. Los monjes budistas, maestros en alcanzar la armonía entre el cuerpo, la mente y el espíritu, advierten que la vida no consiste en lograr el bien aislado del mal, sino a pesar de él.
En consecuencia, ha llegado el momento de investigar qué se esconde en los rincones de nuestro alma, eso que tanto miedo nos da. Por decirlo de algún modo, es como si cada persona tuviéramos un cuarto oscuro en el que hemos ido arrinconando todos aquellos aspectos inaceptables de nosotros. Con los años, hemos arrojado tantos matices de nuestra personalidad que ya ni nos acordamos de que en algún momento fuimos dueños de un carácter sincero y espontáneo. Para colmo, eso que odiamos en nosotros mismos y que hemos encerrado bajo llave, no desaparece, y con el tiempo va fermentando. No podemos ocultar ante los ojos de los demás lo que tratamos de ocultarnos a nosotros mismos. Al final, la sombra acaba manifestándose, y el precio que pagamos por su actuación puede ser muy elevado. En vista de ello, lo mejor para nosotros será abrir el temido trastero, nos cueste lo que nos cueste.
Cuando no reconocemos ni aceptamos a la sombra, proyectamos nuestra maldad en otras personas. De esta forma serán ellos los envidiosos, los tacaños, los cursis, los holgazanes, los dependientes, los presuntuosos, los inestables... Tal y como se afirma en el Evangelio, es más fácil ver la mota en el ojo ajeno que la viga en el propio. La destacada analista junguiana Marie Louse von Franz, en el libro: "Encuentro con la Sombra", explica del siguiente modo el fenómeno de la proyección: “Cuando un individuo intenta ver su sombra se da cuenta –y también suele avergonzarse– de descubrir cualidades e impulsos que niega en sí mismo pero que ve con mucha claridad en los demás, como el egoísmo, la pereza mental, la indolencia; las fantasías, los planes, y las fabulaciones irreales; la negligencia y la cobardía; la avidez exagerada por el dinero, en suma, todos aquellos pecados veniales de los cuales podríamos perfectamente decir: “Eso no importa, nadie se dará cuenta, y, en cualquier caso, lo hace todo el mundo”. Cuando nos enfadamos desproporcionadamente por el reproche de un amigo podemos estar completamente seguros de que tras nuestro enfado se oculta una parte de nuestra sombra de la que no somos conscientes. Obviamente es natural sentirse molesto cuando alguien “que no es particularmente mejor que nosotros” nos critique por los errores cometidos por nuestra sombra”.
Afrontar a la sombra resulta, al principio, un asunto turbio, pero con el tiempo las aguas se van aclarando y conseguimos observar el fondo de nuestra personalidad:
“No hay nada que produzca tanto terror como enfrentarse a las tinieblas interiores, a nuestra sombra interna –afirma Robin Robertson en su libro Su Sombra–. “Haremos cualquier cosa –prosigue– para evitar tener que mirar en los recodos oscuros de nuestra alma. La oscuridad contiene muchas cosas a las que el ser humano no puede enfrentarse. Existe el mal, por supuesto; todos estamos familiarizados con eso, pero también hay muchas cosas que no son ni buenas ni malas, simplemente están más allá de nuestra capacidad de comprensión. Lo portentoso, lo mágico y todas nuestras futuras posibilidades también están escondidas en esa oscuridad, y con demasiada frecuencia, con nuestras cortas miras, las confundimos con el mal. No existe ningún cambio que no empiece en las tinieblas del alma.”
Y es aquí, en las tinieblas del alma, donde podemos llevar a cabo el proceso alquímico de nuestra transformación, y donde también se ocultan nuestros mejores tesoros, esas piezas que echábamos en falta para obtener una vida más auténtica, plena, chisposa y creativa.
Si no aceptamos a nuestra sombra, ésta tratará de expresarse con nocturnidad y alevosía. La famosa novela de R.L. Stevenson, Dr. Jekyll y Mr. Hyde ilustra con precisión la lucha interna que mantiene el ser humano. El reputado doctor Jekyll no podía soportar su vida de persona intachable, por lo que necesitaba transformarse en el abyecto Mr. Hyde para dar rienda suelta a su sensación de libertad y transgresión moral. Sin embargo, las fechorías de Mr. Hyde comenzaron a ocasionarle serios problemas, por lo que muy a pesar suyo decidió renunciar al desdoblamiento de su personalidad. Esta decisión provocó el final del doctor Jekyll, puesto que el malvado Hyde le ofrecía algo de enorme valor, como la libertad, la juventud, el paso ligero y los placeres prohibidos. Al reprimir a Hyde, éste se revolvió con gran virulencia, lo que supuso la muerte de ambos. En este sentido, la novela de Stevenson refleja muy acertadamente el conflicto que se nos genera cuando somos incapaces de integrar nuestras inclinaciones contrarias, el bien y el mal. En tales situaciones libramos una encarnizada batalla en la que cada parte tironea de nosotros hasta conseguir despedazarnos.
Necesitamos, pues, conocernos, saber qué guardamos en nuestro cuarto oscuro para así poder entender también a los demás.“Comprendemos a otra persona de la misma manera que nos comprendemos, o intentamos comprendernos, a nosotros mismos. Lo que no entendemos en nosotros tampoco lo entendemos en la otra persona”, aseguraba Jung.
En consecuencia, la única manera de conseguir una vida armoniosa es caminar pacíficamente acompañados de nuestra sombra peculiar.
Nereida Cuenca
Tomado de:
http://www.map.es/gobierno/muface/o188/bien.htm
Hola, es un excelente artículo que encontré por azar, pues ahora me encuentro realizando un ensayo sobre La Sombra y me viene de mucha utilidad esta información. Gracias!
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