Sara-Chogllo, era una mujer de raza de la misma estirpe de MAMA-HUACO, guerreras por naturaleza y como todas las mujeres de su raza siempre apoyaba incondicionalmente), en el campo de batalla a su compañero WIRU (caña de maíz.
En el calor de la lucha, una larga flecha de carrizo (bambu) encontró fatalmente el corazón de la mujer y le robó el calor de su aliento. Wiru, al mirar el cuerpo inerte de su amada, se arrodilló a su lado y dejó escapar lo más dolorosos lamentos y suspiros que se había escuchado en todas las montañas andinas. Un incesante río de lágrimas escapó de los ojos de Wiru, con el que bañó el rostro y la herida abierta de Sara Chogllo, purificando así el paso de su compañera al mundo de los espíritus. La ceremonia duró muchos días y muchas noches en los que nada ni nadie se atrevían a alterar el sagrado conjuro de Wiru a sus Dioses.
La Madre Quilla (Luna) y el padre Ti (Sol) acompañaron calladamente la pena del guerrero en su largo ritual. Cuando el dolor de Wiru empezaba a mitigar, del corazón de Sara-Chogllo broto una planta hermosa que gradualmente tomaba la forma de unas guerrera altiva. Al cuerpo que apenas germinaba le crecieron los dientes fuertes y sanos como la sonrisa luminosa de una mujer. El cabello largo y lustroso bañado por el sol, se torno en una dorada caricia que llenó de fragancias el vientre en el que se gestaba la nueva vida. Las faldas verdes y lozanas envolvieron con maternal ternura el retoño florecido del amor y del dolor concertados en ese instante fértil. El naciente fruto arrimó su cabeza al esbelto carrizo, que seguía fuertemente abrazado a la Pachamama (madre tierra), y fue tomando fuerza.
Cuando el nuevo fruto estaba lo suficiente maduro, Wiru lo arrancó tiernamente con sus manos, lo llamó CHOGLLO (como su madre), y lo guardó muy cerca de su corazón. Sentía latir en su pecho el fruto de su amor que su amada le había ofrendado como última muestra de cariño. Los hombres y mujeres del pueblo lo recibieron con cantos de pesadumbre. Wiru fue directamente al templo a ofrecerle al gran Punchao (Calor, fuente de vida, aliento) el fruto nacido del corazón de su compañera. Su sacrificio no estaba completo. Wiru, aprendió por los consejos de los Amautas (maestros andinos), que para que su sacrificio tuviera recompensa, debería devolver el fruto a la Pachamama (Madre Tierra), de donde crecería y se multiplicaría, alimentaría a los hijos de su pueblo, y a los hijos de sus hijos, haría sanos sus cuerpos y fuertes sus brazos y haría de ellos una raza de hombres invencibles. Así lo hizo Wiru, con sus propias manos abrió la tierra y entregó grano por grano al fruto de su amor y sacrificio último.
Desde entonces, año tras año los Incas siembran el maíz en el mes del CAPAC RAYMI (diciembre), cuando empieza a caer las lluvias y cuando han cesado las lágrimas del cielo, en el mes de mayo y que en quechua es HATUN CUSQUI o AYMORAY QUILLA, (bienvenida lluvia), y que el padre sol ha acariciado con su calor por varios meses a la Pachamama, ésta entrega a los descendientes de Wiru porciones generosas del noble CHOGLLO, que tiene y siempre ha tenido, el aroma amargo de las lágrimas de Wiru y el dulce sabor de su eterna compañera.
Así es amigos, en el Perú, la tierra de los Incas se consume el maíz tierno, a este lo llaman Choclo, es de consumo obligado en sus más afamados platos, el Ceviche y en otros tambien exquisitos. Dicen que no hay choclo más delicioso que el del Cusco. Aunque personalmente me agrada el de Huánuco, maíz de mi infancia, maíz de mi recuerdo.
Por Rodolfo Tafur
rodolfotafur@yahoo.com.mx
Rodolfo Tafur Zevallos es Chef-Investigador Gastronómico y Profesor de Historia de la Gastronomía Peruana.
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