La realidad de la situación emerge como el legado maldito de siglos de educación para los pobres; los lujos de las vidrieras no pueden ser tocados por ellos, y en un momento en que el trabajo honrado generalmente no alcanza ni siquiera para sostener una vida digna, las posibilidades se reducen a dos opciones: la delincuencia privada, denominada robo, estafa, evasión de impuestos, extorsión etc., y la delincuencia gubernamental, que incluye entre los platos fuertes de su menú la concertación de préstamos en condiciones fraudulentas, la creación de condiciones propicias para la evasión de divisas y la especulación financiera, y en el caso específico de indoamerica, la vista gorda a condición de puerto libre para el narcotráfico. A esta segunda opción se la denomina eufemísticamente "corrupción", pero ella, como decíamos anteriormente, tiene su origen en la siquis de cada individuo "producido" por las sociedades contemporáneas.
En el ámbito mundial, las mismas no son sino inmensas fábricas de consumidores. Para llegar a este punto hubo que degradar trabajosamente los valores y principios del ser humano. Esto se logró principalmente convirtiendo a la verdad en un tema sucio y espinoso, cosa que los latinos aprendimos en base el viejo postulado de que "La letra con sangre entra". Luchar por los intereses del país contra la voracidad de los capitales extranjeros es un acto que la mayoría de los ciudadanos actuales considerarían extravagante y peligroso.
De este modo, la fiebre consumista no solo produce una actitud receptiva y complaciente para con el capital extranjero (el cual no aterriza por una cuestión de generosidad y filantropía), sino que además nos lleva hasta el extremo de aceptar los residuos de su placer en la forma de basura, desechos industriales y productos tóxicos en desuso, generalmente prohibidos en sus países de origen.
Los centros imperialistas se ocupan cotidianamente de generar tóxicos cada vez más peligrosos, en cantidades cada vez mayores, contaminando áreas a cada momento más grandes de la tierra, el agua y la atmósfera. Esta basura empieza a desbordarse, alcanzando así sea en volúmenes todavía pequeños, el espacio exterior. Este es uno de los principales costos de una carrera hacia niveles de confort surrealistas para una elite inmensamente rica, suspendida en la privilegiada burbuja del consumo sin restricciones.
Los países de la comunidad económica Europea producen 25 a 35 millones de toneladas de basura tóxica por año. ¿Cómo desprenderse de este molesto y peligroso residuo? Las grandes empresas pagan por deshacerse de los desechos, a un precio de aproximadamente 2.500 dólares por tonelada. Hay compañías especializadas que se ocupan de esta tarea, a través de la incineración de los desechos con alta tecnología. Pero hay otras que simplemente despachan la basura rumbo a los países pobres, pagando por los fletes el exiguo precio de 150 dólares por tonelada. Como envían los tóxicos como donaciones, no solo ganan la diferencia sino que además evaden impuestos.
Es menos notorio pero igualmente real, que la globalización también es un proceso que distribuye empobrecimiento con todas sus secuelas, entre ellas el deterioro acelerado del equilibrio ecológico natural en los países periféricos y en las regiones pobres de los países ricos. Las naciones pobres multiplican sus deudas y para pagarlas, deterioran sus ya castigados ecosistemas a través de la explotación minera y petrolífera, las industrias obsoletas, la deforestación y los impactos ambientales de los experimentos genéticos que voraces transnacionales realizan en sus territorios.
La transferencia hacia países pobres de una planta industrial metal mecánica y química, es también una forma de exportar deterioro ecológico. Gracias a los bajos salarios vigentes en estas naciones, los países ricos abaratan los costos de producción, concentran en sus territorios tecnología de punta y se desembarazan de las industrias con mayores efectos contaminantes que están emigrando pues al tercer mundo, atraídas por las menores exigencias ambientales, los bajos impuestos, los mercados abiertos, la mano de obra barata y la ausencia de regulaciones. Un ejemplo son las maquiladoras instaladas a lo largo de la frontera de México con EE.UU. Por esta vía, 50 de las 100 mayores empresas estadounidenses aprovechan la mano de obra más barata y la falta de controles ambientales en Latinoamérica.
La zona fronteriza entre Estados Unidos y México es una zona económica y demográfica particularmente dinámica: entre 1950 y 1980 la población de los estados fronterizos situados del lado mexicano se ha triplicado. En los años setenta y ochenta se han implantado en el lado mexicano de la zona más de 2.000 empresas, que se benefician de un régimen fiscal y aduanero privilegiado(las maquiladoras), en la actualidad emplean a más de 750.000 personas. En virtud de este régimen, las materias primas que importan están exentas de aranceles aduaneros y, en cambio, los desechos procedentes de la transformación de esas materias deberán ser repatriados al país de procedencia, que por lo general es los EUA. Pero la circulación de camiones en la frontera se ha duplicado en cinco años: Se calcula que cada año la atraviesan 2 millones de vehículos, lo que dificulta el control de los traslados de los productos de todos los tipos que entran y salen en México.
Según cálculos de la OCDE, el sector de las maquiladoras produce cada año unas 60,000 toneladas de desechos peligrosos. Los documentos oficiales indican que en 1996 se trataron y devolvieron a EUA sólo 48.000 toneladas de residuos. La diferencia, obviamente, queda en México. Las inspecciones de las maquiladoras indican que apenas un 25 por ciento de las empresas se encuentran en total conformidad con la ley y que las irregularidades graves son frecuentes.
Muchas son las maquiladoras que en México se deshacen de forma ilegal de sus desechos peligrosos, arrojándolos a vertederos salvajes situados en la proximidad de la frontera. En 1996, de los ocho millones de toneladas de desechos industriales peligrosos producidos en MÉXICO, sólo el 12% fueron objeto de un tratamiento adecuado.
En 1991, de 1855 maquiladoras, solamente 200 remitían los desechos peligrosos a los EUA en virtud del acuerdo bilateral de 1987 que reglamenta los movimientos de desechos tóxicos entre México y los EUA. Se han expresado graves preocupaciones a propósito del cambio de régimen fiscal previsto para los años 2000-2002, con la adopción de un nuevo régimen que permita exonerar a las empresas de la obligación de reexportar sus desechos.
Todo esto en nombre de mitos que los imperios exportan como el libre comercio o la promoción de los inversionistas, que aparecen como única salida para los países del sur.
Como un agregado más del proceso globalización enormes cantidades de basura radiactiva y tóxica, subproducto peligroso y no rentable del progreso de las naciones ricas, son consignadas a las naciones periféricas para su deposito final, mediante políticas de corto, mediano y largo plazo. De esta forma los pobladores de los países periféricos nos vemos en el patético papel de vivir rodeados por los deshechos de una industria nacional, las más de las veces ineficiente y poco inclinada a invertir en mecanismos de tratamiento, reciclado y confinamiento y encima de ello a padecer las consecuencias concretas de habitar en el traspatio de las grandes potencias.
Las comunidades y entidades con un nivel mayor de desarrollo acaparan el ingreso, concentran la riqueza, generan mayores volúmenes de basura y producen desechos cada vez más tóxicos y peligrosos. La industria sucia puede ser vista como la más conveniente en los países aventajados. No obstante ser la más rentable, comporta la necesidad de exportar hacia áreas menos favorecidas los desechos indeseables que genera.
Los pobladores de las regiones fuertemente contaminantes, son muy celosos de su propia salud y bienestar; pero no tienen reparos en consumir masivamente productos sofisticados cuya fabricación, transporte y empacado generan grandes volúmenes de contaminantes de diversos grados de peligrosidad; limitan sus desvelos ecologistas a su entorno más inmediatos y por ello se resisten a cargar con los riesgos de su reciclaje y confinamiento final.
Con miope necedad, olvidan que ricos y pobres compartimos el mismo planeta, y pugnan por deshacerse de su basura, endosándola a otras regiones con menor desarrollo de su propio país o de sus vecinos pobres.
Para contaminar el mundo periférico los imperialistas no están solos; la burguesía comisionista, intermediaria desde siempre entre los explotados del tercer mundo y los centros de poder, colabora con entusiasmo. Cuando la ASI (American Security International) anunció que exportaría desechos tóxicos a Sudamérica, surgieron caporales nativos "muy interesados" en recibir la basura. Lo mismo sucede con autoridades de países africanos. Diplomáticos tercermundistas se dedican con denuedo a negociar el tránsito de los desechos industriales hacia sus países. Heinrich Kreyenberg, ex cónsul honorario del Paraguay en Dusseldorf, Alemania, fue condenado en este país europeo por "eliminación de desechos tóxicos que ponen en peligro el medio ambiente". Antes de quemar los desechos en un colegio de Zhena, zona de Gustrow, Kreyenberg había hecho reiterados intentos de enviar el cargamento tóxico al Paraguay.
Indagando sobre crímenes como este, y otros cometidos por la humanidad sobre si misma, se llega muy lejos; se descubre un universo cultural y económico tributario, estructuras políticas y mentales que ceden ante la presión exterior, mentiras que han levantado defensas inexpugnables, cavado trincheras estratégicas, invadido y conquistado conciencias. En medio de esta nebulosa, como una visión abstrusa, aparece un antiguo crimen: el imperialismo.
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