Artículo aparecido en Teosofía, revista española de Marzo 1933
Los primeros trabajos del hombre han sido promovidos por la necesidad y por lo tanto han sido utilitarios, es decir, puramente objetivos:
La necesidad de ponerse al abrigo de la intemperie y de los ataques de las fieras, obligó al hombre a construirse refugios, lo que dio origen a la arquitectura.
La necesidad de la caza y la defensa personal, le obligó a ingeniarse en la construcción de objetos de piedra y madera, armas, utensilios diversos, cada vez más trabajados, más artísticos, lo que dio origen a la escultura.
La necesidad de fijar sus experiencias para perpetuarlas de otro modo que no fuese transmitirlas verbalmente le hizo imaginar la escritura jeroglífica, origen del dibujo y la pintura y de la escritura fonética.
Todo ello pudiera parecer que nos aleja del aserto de que el hombre es un ser musical
por naturaleza, puesto que antes de la música surgen estas tres artes físicas y objetivas. Pero esto precisamente, nos da la razón. La música no podía obedecer a una necesidad, a una objetividad, la música no era sugerida al hombre; es decir, no resultaba por reacción de un estímulo exterior sino que era subjetiva, estaba dentro del hombre, el hombre la descubría en sí mismo. La música es, pues, el arte superior, el arte espiritual, porque no pertenece al mundo físico en cuanto a idea, en cuanto a inspiración y si sólo en cuanto a los medios materiales de producirla.
El lenguaje primitivo, la onomatopeya, era música; es decir, un complejo de abstracciones, compuesto de una superioridad subconsciente, de un primer destello de intelectualismo, de un primer deseo de expresar una idea, de un primer sentimiento dirigido hacia un más allá, de una primera necesidad extraña a la materia, de una primera orientación a un quinto punto cardinal, a un norte no físico, en una palabra, era la revelación de la chispa divina en el ser humano. La música es algo que no podrá explicar satisfactoriamente un materialista. Mientras las demás artes por su origen y su aplicación pueden tener una ingeniosa justificación material (y digo ingeniosa porque al fin y al cabo, no hay arte sin espíritu), la música es tal, que sólo la Teosofía, que es la eterna busca de la verdad, la puede definir. No importa que la música haya tenido y tenga fines utilitarios, aplicaciones prácticas, éstas han venido a posteriori, no enturbian su origen astral, mientras las demás artes, por el contrario, reconocen por causa objetividades terrenas que estilizadas, quintaesenciadas más tarde, han llegado a significar abstracciones.
Tres son las raíces de la música en el ser humano que lo convierten en un ser musical por naturaleza.
1) El sentido del ritmo o medida del tiempo (origen muscular) en virtud del cual, todos los movimientos de las vísceras y de los miembros del cuerpo llevan un compás del
que no pueden librarse sin causar enfermedad o muerte. (Circulación, respiración, sueño
y vigilia, etc).
2) La voz combinada con el oído, que imita los sonidos que oye, habla, declama y canta.
3) El sentido de la armonía que es en el orden emocional, lo que la lógica en el intelectual, y por el cual el hombre busca siempre el desarrollo metódico de las cosas.
A este sentido complejo de la armonía y la lógica, que en el fondo son la misma cosa, se debe la inclinación del ser humano a la simetría; la afición al orden y el sentido de organización.
Estas tres raíces se manifiestan de un modo bien patente a poco que observemos.
Veamos la primera raíz, el ritmo:
Las melodías sin ritmo manifiesto, como son las del lied moderno y el drama lírico, son irrecordables para el profano. El que no posee estudios musicales, sólo recuerda las melodías por el ritmo. Y aun nosotros, los músicos, podemos a veces recordar una melodía, sí recordamos repentinamente el ritmo. El ritmo, por decirlo así, nos la descubre. De aquí el gusto general por los bailables y la música frívola, que es esencialmente rítmica.
Veamos la segunda raíz, la voz y el oído:
El hombre tiene manos para dibujar y voz para cantar. De niños todos hemos sentido ilusión por garrapatear con un lápiz sobre papel blanco, pero en cuanto hemos tenido un poco de uso de razón hemos abandonado esta actividad inútil, convencidos de que
jamás dibujaremos nada que merezca verse, Sólo los predispuestos (una minoría)
pueden cultivar este arte y llegar a producir algo genial o simplemente mediano. En cambio, todos los seres humanos podemos cantar (y cantar perfectamente) una melodía salvos raras excepciones. Es decir, la excepcionalidad es completamente antitética en estos dos casos.
Notemos que no se trata de la facultad de crear sino de la de reproducir. El pintor y el dibujante, como el compositor, crean, y por eso son genios, el arte de cantar, o sea reproducir por medio de la voz una melodía, no tiene un correlativo en el arte de reproducir con el lápiz un objeto material cualquiera. Prueba de ello es que vemos a diario una persona, pero ni de memoria ni en su presencia podríamos dibujarla sin previos estudios, en cambio una melodía oída una sola vez y semejante a otras, la cantamos después perfectamente. Esto corrobora que el ritmo visceral y muscular, el sentido auditivo y la facultad de la voz hacen del hombre un ser musical por naturaleza ante todo y sobre todo.
Veamos la tercera raíz, el sentido de la armonía:
Hay seres que podríamos llamar discordes, disonantes, deformes, grotescos, son espíritus burlones, ineptos para lo bello y lo útil. Desordenados en lo material como en lo moral; de gusto depravado y ademanes extra vagantes. No son buenos parientes ni buenos amigos. Ocupan la categoría del ruido entre la inmensa gama de las armonías humanas. Por esto son desagradables a todo el mundo y nos producen en lo moral el
molestísimo efecto de un persistente martilleo sobre una caldera de cobre. En cambio, la
mayoría de los seres humanos posee en mayor o menor grado una armonía, un acordamiento que nos atrae, nos resulta agradable. Del que posee esta armonía en alto grado, decimos que tiene don de gentes. La persona atrayente es como esas dulces canciones de Schubert que tanto gustan al profano como al inteligente.
Esa armonía innata, que tiene exacta correspondencia con la armonía musical, hace que el hombre sea verídico, porque la mentira es un ruido; que sea lógico, porque lo absurdo es disonante; que sea bondadoso, porque el daño y el mal son discordantes con la razón de ser de las cosas; que sea ordenado, porque el desorden y el desbarajuste de las cosas materiales por bellas que sean, es como revolver todos los acordes de la 5ª sinfonía y formar con ellos una amalgama infernal; que sea metódico, porque sin organización y método la vida y el estudio son una melodía sin ritmo, es decir, sin vertebración ni sentido; que sea amoroso, porque el odio es algo peor que el ruido, es el silencio y la tiniebla de la nada, del vacío, porque todo lo destruye.
Por esto el músico verdadero que sepa deducir de las leyes del arte una filosofía moral, la aplicará a su vida, deducirá normas de conducta y será perfecto en lo posible. Schumann decía que las leyes de la moral rigen el arte, y por lo mismo, de las leyes de la música podemos deducir todo un sistema moral. Un gran santo es un músico del espíritu, es un compositor intuitivo de la bella sinfonía de la vida perfecta. Y esto no Son palabras huecas, es algo científico.
Las cuerdas de un violín o de un arpa al vibrar, hacen vibrar por simpatía las de otros instrumentos semejantes, lo mismo que nuestra bondad por simpatía hace vibrar la bondad de los seres que la reciben.
Las vibraciones musicales al chocar contra cuerpos sólidos que hacen a modo de caja de
resonancia, nos vuelven en forma de eco, por reacción, lo mismo que nuestros actos y aun nuestros pensamientos, nos son devueltos por nuestros semejantes de los que recibimos ese eco moral de nosotros mismos.
Otro campo de experimentación donde se patentiza hasta qué punto el hombre es un ser
musical, es en el de la correlación que existe entre el temperamento de los individuos y aun el carácter de las razas, con la música preferida por aquellos y éstas. En efecto, pocos elementos de juicio hay más útiles para juzgar del grado de elevación espiritual
de un individuo, que conocer sus gustos musicales. Es algo decisivo e irrefutable que, la educación podrá modificar, pero jamás podrá destruir. y si de conocer el alma de un pueblo, se trata, ningún documento más precioso que su demótica musical, sus
canciones y bailes populares.
Y para cerrar esta parte ¿hay algún arte vinculado a todos los momentos solemnes de la vida del hombre y que forma parte integrante de su vida cotidiana? Sólo la música.
El niño tiene su canción de cuna.
El joven sus bailes y sus canciones revolucionarias. El adulto sus viejas romanzas.
El marino, el labrador, el minero, el soldado, tiene cada uno su música propia.
El amor tiene sus trovas; la guerra sus himnos y la muerte sus marchas fúnebres.
El vicio tiene sus danzas lascivas, sus viles canciones. La vida de sociedad sus bailes y danzas aristocráticas. La religión un extenso repertorio de música sacra.
En la música tiene e] amor humano un cómplice; en la música tiene la guerra un
estimulante; en la música tiene la poesía un colaborador; en la música tiene la meditación un puente tendido entre la materia y el espíritu, entre la tierra y el cielo. Tenemos pues que, la música, a pesar de no ser un arte plástico, o precisamente por eso, es el arte más integral que existe, como símbolo y como medio.
- En su origen físico encontramos el principio de la trinidad y desarrollo polarizado.
- En su origen humano, no utilitario, vemos su valor astral, se nos aparece como una prueba de la existencia del alma.
- En sus tres dimensiones: armonía, ritmo y melodía, vemos el triángulo Bondad,
Verdad, Belleza que la equipara a símbolo de la perfección.
- En sus tres aplicaciones: Danza, Canto y Música pura, vemos contenidos todos los movimientos del cuerpo humano y todas las emociones del espíritu sin excepción, pues las tres aplicaciones estáticas o dinámicas, pueden sugerírnoslas.
- En su manera de herir nuestra sensibilidad hallamos tres clases de emotividad:
Evocación, Descripción y Sugerencia, es decir, Pasado, Presente y Porvenir; recuerdo, vida y esperanza; lo inaccesible, lo analizable y lo desconocido; en efecto, ningún medio es capaz de reconstruir en nuestra conciencia, la memoria de una escena pasada con todos sus detalles, como la música.
Ningún otro tampoco a pesar de que todos son más concretos o tangibles que ella, nos puede describir el alma, la intención de las cosas que vemos. Ni fantasía literaria ni estridencia pictórica alguna nos puede sugerir la visión de lo desconocido, trasladar nos a nuestro mundo interior o a planetas lejanos.
- En su anatomía nos muestra la dualidad de todas las cosas: Arte y Ciencia, Alma y
Cuerpo, Espíritu y Materia, que al fin son también una misma cosa.
- En su modo de manifestarse es también triple: la naturaleza, la voz y los instrumentos. En efecto, el mar, el viento, el río, las tempestades y los seísmos son la música natural de los elementos sin alma.
Las aves y el hombre son la voz de la música espiritual, del ser que siente y piensa en distintos grados. Los instrumentos son las obras artificiales del genio humano, que sabe arrancar la música hasta de lo absolutamente inerte y silente.
Sus tres valores abarcan también todo el horizonte humano:
1) Un valor pedagógico de aplicación moderna, para elevar el espíritu, formar mentes armónicas y cuerpos sanos.
2) Un valor de recreo amplísimo, que va desde el placer de la danza pasando por la
diversión de los espectáculos frívolos de género lírico y por las exquisitas sensaciones del lied, la música de cámara y los poemas sinfónicos, hasta el deleite supremo de la meditación que puede llegar al éxtasis en los grandes dramas líricos y en la música sacra.
3) Un valor curativo basado en las reacciones físicas que la emotividad de la música
sobre el espíritu puede producir en determinadas circunstancias y que positivamente ejerce de una manera infinitesimal pues se ha aplicado a la curación de ciertos estados anímicos traducidos en neurastenia, misantropía, ideas fijas, locura, manía mística, y otros muchos casos que se tratan por la música ante la risa de la humanidad actual, escéptica y materialista, que no sabe que se halla ante una ciencia conocida ya en los tiempos de Pitágoras y puesta en práctica por civilizaciones antiquísimas.
Y por último: tenemos vinculados fuertemente en la música los tres sentimientos más poderosos del hombre: el Misticismo, el Patriotismo y Sensualidad. Es decir: idea de Dios, causa, universo, religión; instinto social o colectivo, patria, nación; y por polarización ejército, guerra, exterminio; instinto genésico, que en un plano superior es Amor y en un plano inferior, lujuria.
Esos tres puntos neurálgicos que orientan, dirigen e impulsan la vida del hombre, están perfectamente personalizados en la música.
Si a esto agregamos sus secretas relaciones astrológicas llegamos a la gran síntesis : La música es el arte supremo porque es divinamente humano y humanamente divino.
Extracto del libro: Mùsica Oculta - Esoterismo, Arturo Menéndez
Gracias C:
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