LAMENTO POR EL AMAZONAS -
para explicar el fenómeno; algunos políticos y dirigentes gremiales le
echaron la culpa al centralismo, y hubo quienes hasta sugirieron convocar un paro regional de protesta.
explicación, mucho más atávica y “amazónica”: el noble río se fue, abandonó a su consorte citadina, asqueado de décadas de maltrato.
Todos creyeron que el matrimonio entre Iquitos y el Amazonas sería eterno, que la agustiniana Capilla de la Consolación, a la misma vera del gigante de los ríos, y la Iglesia Matriz, ambas testigos de los inicios de esta auspiciosa unión, le otorgaban el aval divino a una relación que se auguraba larga y próspera.
quizás creyendo que la somnolienta ciudad no se daba cuenta de sus señales de malestar, el Amazonas se dedicó a mordisquear sus calles, llevándose en sus turbulentas aguas unas cuantas cuadras de las calles Napo, Nauta, Pevas, Yavarí…
disipada, indiferente y tropical. Iquitos, la ciudad con nombre femenino a pesar de acabar en una masculina “o”, se despertó un día para descubrir que el Gran Río ya no pasaba ni por el norteño barrio de Punchana. Las aguas del Gran Monarca habían abandonado definitivamente a Iquitos, su antaño inseparable compañera.
Quizás el Amazonas le perdonó a la ciudad sus primeras locuras, la vorágine extractivista y de atropellos contra los indígenas que asolaron sus riberas durante la fiebre del caucho, protagonizados por los hombres de tez blanca que tenían su base en la ciudad; al fin y al cabo, Iquitos era en ese tiempo una adolescente, y quizás el Gran Río pensó que esos antojos y requiebros eran pasajeros.
tez pálida que saqueaban sus recursos no eran como los indígenas que vivieron en sus riberas por milenios, aprovechando esos mismos recursos sin depredarlos. Que eran una raza diferente, entre la que había gente más ambiciosa, y con menos escrúpulos, a la que no le importaba más que el dinero.
Quizás por eso le perdonó también más tarde las otras olas extractivas que acabaron con sus más queridos hijos, los caimanes, las charapas y los manatíes en sus lagos, durante la fiebre del comercio de productos de animales silvestres, y más tarde la salvaje matanza de paiches, monos, huanganas y sajinos, gamitanas y sábalos…
Pero lo que el enamorado monarca no le perdonó a su casquivana consorte fueron los desprecios y agresiones de las últimas décadas, que rebasaron con creces el vaso de su inmensa, colosal, secular paciencia. Soportó un siglo de saqueos, pero no pudo soportar los miles de toneladas de basura y desechos de la industria, los millones de plásticos, vidrios y latas arrojados a sus aguas, y de galones de aceites quemados, petróleo y aguas saladas de los pozos petroleros, y los vertidos de los desagües pestilentes que fueron igualmente a parar en él, así como el ruido insoportable de las fiestas y de miles de vehículos sin silenciador en las calles de Iquitos.
Cansado de toda esta terrible agresión a sus aguas y a los bosques bañados por ellas, el Amazonas se fue apartando poco a poco y dejó de acariciar las orillas de ésta su hija predilecta, Iquitos, hoy incrustada como un quiste, como un amazónico angochupo, en medio de la selva más extensa y otrora más prístina del mundo. La desidia y corrupción de los humanos gestores de los destinos de Iquitos pagó su precio, y hoy la abandonada reina consorte se
regodea despreocupada e indiferente en su basura, su bulla y sus frívolas fiestas.
El Gran Rey dejó en su reemplazo, al más puro estilo de saga nobiliaria, a su servidor el río Itaya. Humilde, cholo y contaminado por aguas servidas y desperdicios de todo tipo. Ahora Iquitos se asoma a un afluente menor, una barragana fluvial al más puro estilo de las concubinas de la época virreinal.
Los shamanes, sin embargo, entre humos de mapacho y mareos de la Ayahuasca, han consultado a los espíritus sabios de la selva, y a los Tunchis, las almas de los Antiguos, y han vaticinado una luz de esperanza. Esta generación de humanos ruidosos, contaminadores, corruptos y desidiosos se irá (¡sí, increíble, pasará!), y el Gran Monarca y la Gran Reina casquivana tendrán una nueva luna de miel y otros mil años de armonioso romance.
Los shamanes lo anuncian: la lánguida y perezosa Iquitos despertará de su locura un día, y volverá una nueva generación de hombres y mujeres, como los de antaño, que verán de nuevo a la selva, al Gran Río con sus afluentes, y a sus habitantes como hermanos, y no como enemigos o esclavos, o como un botín a saquear.
Iquitos y su fiebre depredadora, su bullicio insoportable y su basura serán como un mal recuerdo, como una pesadilla del pasado, un momento de locura adolescente que, felizmente, no volverá jamás.
Iquitos.
*Publicado en el Diario La Región de Iquitos.*
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