Cuando la sensibilidad es fuerza, la integridad es poder, la magia es sabiduría, y el rito comunicación cotidiana con la naturaleza. Esto, y mucho más, se desprende de las palabras de un viejo guerrero-chamán llamado Alce Negro recogidas en dos libros de pavor y maravilla: “Los últimos sioux” (editorial Noguer) y “La pipa sagrada” (editorial Taurus). El primero de ellos relata su vida personal unida a toda la historia de su tribu. El segundo habla de los ritos sioux, mantenidos en secreto hasta mediados del siglo XX, cuando Alce Negro sabiendo que iba a morir decidió darlos a conocer por ser el último depositario de esos conocimientos, y por exigirlo los tiempos: La última edad de las cuatro que conforman cada ciclo. En esta edad, la más dura y caótica, todo debe salir a la Luz pues “la verdad se defiende por su propia naturaleza contra la profanación, y es posible que llegue a aquellos que están calificados para penetrarla profundamente y son capaces,gracias a ella, de consolidar el puente que debe construirse para salir de esta edad oscura”.
Los nativos norteamericanos han sido mal interpretados, maltratados y distorsionados, y aún hoy en Estados Unidos (su territorio, no el de los rostros pálidos) siguen siendo los parias de los parias. Ridiculizados y despreciados, etiquetados como borrachos, chiflados y vengativos. Justo todo lo contrario de lo que son. Claro que aquí se aplica como anillo al dedo eso de que “cree el ladrón que todos son de su condición”. Por el contrario, un dicho sioux afirma que tocar al enemigo sin matarlo es una hazaña particularmente meritoria y también que: “La venganza ata al enemigo y a mí con él”. Demasiado sutil, quizás, para los revanchistas rostros pálidos. Y su grandeza es tal que da un poco de vértigo. Es preferible que hablen ellos directamente, para descubrirla. (Este artículo habla de la cultura sioux, no de la situación actual de los pueblos indios, pues aunque existe un incipiente resurgimiento de su cultura, lo que aún predomina es el penoso desarraigo común a todos los pueblos machacados).
El tambor redondo del universo y su repique regular que es el ritmo, el latido de la vida. Mediante la pintura ritual los humanos son transformados, experimentan un nuevo nacimiento. Cada tienda –tipi- es el mundo en imagen y el fuego mantenido en su centro es el Gran Espíritu, el centro del mundo. La muerte es la destrucción de la ignorancia, pero también es un contacto con el Gran Espíritu. De ahí la importancia ritual del rastreo: “Seguir la pista de un animal y hallarle en medio de dificultades y peligros equivale a encontrar al Gran Espíritu... La finalidad de la existencia”. Seguir las huellas de un animal es seguir sus pasos, conocerle, fundirse con él desde que se pone el pie sobre la primera huella. Hay que ser fuerte para poder hacerlo porque el guerrero debe estar abierto y sólo, y el miedo en la pradera puede traer la locura. El cazador que triunfa nunca piensa en ello, pues si lo hiciera se borraría el instante de cada paso, de cada olor, de cada latido. Previamente se le habla, se pide permiso y perdón al animal por tener que matarle para comer, recordándole que el cazador también será un día parte de la tierra que alimentará a sus hermanos plantas y animales.
La grandeza es igual a humildad y es igual a integridad: “Es wakan (sagrado) aquello que es conforme a su propia esencia. Por eso la cobardía –abandono del propio ser- es el único pecado. Por esto una montaña, un animal, un árbol son sagrados, y hay tan pocos humanos wakan”. El alma de un humano está en su cabello y las almas pueden perderse y recuperase. Este es uno de los 7 ritos: el rito de La Custodia del Alma. “El poder de una cosa, o de un acto reside en la comprensión de su sentido”. Los símbolos no son la representación de algo, sino su invocación viva. El águila, o el león no son una imagen del sol, son el sol bajo una de sus apariencias. El sol no es una imagen del espíritu de la vida, es la vida bajo una de sus formas. Lo importante es la naturaleza esencial de algo, no la forma con la que se manifiesta. “Todo lo que hace un indio lo hace en un círculo, y es así porque el poder del universo actúa siempre mediante círculos y todas las cosas tienden a ser redondas”.
Todo está vivo y toda la naturaleza habla. “La estructura profunda de la vida india significa que no se propone ‘fijarse’ en esta tierra... Y esto explica la aversión india hacia las casas... Se integra lo terrestre en lo celeste omnipresente, y por esto la tierra debe permanecer intacta, sagrada”. Cuando el indio se hallaba confuso y atormentado realizaba el rito de “Imploración de una visión”. Se retiraba a una montaña sagrada y allí permanecía atento a cada cosa que sucedía, a cada sensación y pensamiento, pues desde el momento en que la disposición es la búsqueda de una respuesta, cada cosa es una señal. Y sólo entonces. “La comprensión debe venir del corazón, no sólo de la cabeza”. “Todo humano puede implorar una visión. Lo que así se obtiene depende en parte del carácter del que implora”.
El Calumet, la Pipa Sagrada que acompañaba a cada situación y acto decisivo, por ser el humo de la tierra fundido con el aire y elevándose hacia el cielo, tras haber sido orientada a los cuatro puntos cardinales y al centro de la Tierra. A todas las direcciones del gran Espíritu. Nada que ver con el formalismo vacío que suelen usar los rostros pálidos, del que se derivaría su mezquina interpretación de esta ceremonia.
Para acabar citaré la impresionante invocación de Alce Negro de la que fue testigo el periodista que transcribió sus palabras, Joseph Epes Brown: “Era un día luminoso y despejado. El cielo, llegados ya a la cima, estaba raso. Se sufría una de las peores sequías que recordaban los hombres más ancianos. El cielo siguió claro hasta el término de la ceremonia... Después de arreglarse y pintarse como en su gran visión, Alce Negro se encaró con el Oeste, manteniendo la pipa delante de él con la mano derecha. Alzó luego la voz, una voz débil, patética, perdida en el vasto espacio que nos circundaba:
-Gran Espíritu, contémplame una vez más en la tierra e inclínate para oír mi
tenue voz... El camino bueno y el camino de las dificultades dispusiste de
manera que se atravesasen; y es sagrado el lugar en que se cruzan. Me dijiste,
cuando era joven y podía alimentar esperanzas, que en las pruebas te enviase
una voz cuatro veces, una por cada una de las regiones de la tierra, porque me
escucharías... Me concediste el poder de dar vida y el de destruir. Me
concediste la facultad de purificar y curar. Me llevaste al centro del mundo. En
el centro de este aro aseveraste que yo haría florecer el árbol... Con lágrimas
en los ojos he de decir que el árbol jamás floreció. Heme aquí, siendo un viejo
despreciable; he fracasado, nada conseguí... Una vez más, acaso la última,
rememoro la gran visión que me enviaste. Tal vez viva aún una raícilla del
árbol sagrado. Nútrela si así fuese. ¡Atiéndeme a fin de que mi gente logre
entrar de nuevo... Y halle el buen camino rojo...!-
Quienes escuchábamos, advertimos que finas nubes se habían ido acumulando sobre nosotros. Empezó a caer lluvia, menuda y fría y resonó sordo, murmurante, un trueno sin relámpagos. Con el rostro arrasado de lágrimas, el anciano esforzó su voz hasta transformarla en una quejumbre a la vez aguda y quebradiza, y cantó: -¡Haced que mi pueblo viva!-
El anciano estuvo callado durante varios minutos, con la faz alzada, llorando bajo la llovizna. Y poco después el firmamento se aclaró”.
“Mi pueblo”, no es una raza, ni una nación (¿qué es eso?), ni una ideología, ni unas costumbres. Es una forma de vivir. La forma de vivir humana íntegra y fundida con la naturaleza. La que respeta, por tanto, todas sus manifestaciones y diferencias como sagradas. Esa que es compatible con cualquier ley, técnica y tiempo que suponga el derecho de existir y vivir libremente. Esa forma de vivir que poco a poco va despertando a nivel mundial, aún en medio de las oscuridades y atrocidades de esta última edad del ciclo en que vivimos. Desde aquí nuestro apoyo a la marcha hacia la capital mejicana de los indígenas. Desde aquí nos unimos a la invocación de Alce Negro. Ojalá llegue pronto la próxima edad del nuevo ciclo. La edad de oro. (Luna Llameante)
“Oh Tú, Poder de donde el sol se pone,
¡Tú eres un pariente!
Oh Tú, Poder de donde vive el gigante,
¡Tú eres un pariente!
Oh Tú, Poder de donde sale el sol,
¡Tú eres un pariente!
Oh Tú, Poder de allí donde siempre miramos,
¡Tú eres un pariente!”
Tomado de: http://www.gabitogrupos.com/elojodelaluz/template.php?nm=1280261490
Gloria Helene una vez mas la Sincronia que nos relaciona se hace presente y te reencuentro en este momento de mi Vida...abrazos chamanicos y Amor Planetario para tu Alma....
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