lunes, 21 de octubre de 2013

Los Archivos Akashicos, según Lobsang Rampa


LOS ARCHIVOS AKASHICOS
por  Lobsang Rampa

El Archivo Akáshico es algo que nos concierne a todos y a cada uno de los que han sido. Con el Archivo Akáshico podemos viajar hacia atrás a lo largo del camino de la historia; ver todo cuanto ha sucedido, no tan sólo en este mundo, sino también en otros mundos; porque hoy los científicos han llegado a corroborar lo que los ocultistas han conocido desde siempre; que existen otros mundos ocupados por otras personas, no necesariamente humanas, pero que son, sin embargo, seres sensibles.

Antes de hablar extensamente sobre los Archivos Akáshicos debemos conocer algunas cosas sobre la naturaleza de la energía o materia. La materia, como ya hemos dicho, es indestructible, marcha desde la eternidad. Las ondas eléctri­cas son indestructibles. Los científicos han hallado reciente­mente que, si una corriente es inducida en un rollo de alambre de cobre, la temperatura del cual se ha reducido previamente hasta lo más cerca posible del cero absoluto, la corriente inducida sigue siempre avanzando sin disminuir nunca. Todos sabemos que, a temperaturas normales, la co­rriente no tarda en disminuir y en extinguirse, debido a las varias resistencias. Así, la ciencia ha descubierto un nuevo recurso; ha encontrado que si un hilo conductor de cobre puede experimentar una suficiente reducción de su tempera­tura, una corriente eléctrica inducida continúa circulando por él y permanece constante sin necesidad de que ninguna fuente exterior tenga que alimentarla.

Con el tiempo, los hombres de ciencia descubrirán que el hombre posee otros sentidos y otras capacidades. Pero esto, por ahora, todavía no puede ser descubierto por los hombres de ciencia porque los procedimientos científicos van lenta­mente y no siempre resultan sencillos.

Hemos dicho que las ondas son indestructibles. Considere­mos el proceso de las ondas de luz. La luz nos llega de los más distantes cuerpos celestes más remotos de nosotros. Los más grandes telescopios de la Tierra van escudriñando por el espacio, en otras palabras, van captando luz de enor­mes distancias de la Tierra. Algunos de los cuerpos celestes que nos mandan luz, la emiten desde mucho antes que nuestro mundo, o que nuestro universo, gozasen de existencia. La luz es una cosa extremadamente veloz; tanto, que apenas podemos imaginarlo, debido a que estamos dentro de cuerpos humanos y extremadamente entorpecidos por toda suerte de limitaciones físicas. Lo que consideramos «rápido» aquí en el suelo, tiene una diferente significación en un plano diferente de existencia. A modo de ilustración, diremos que un ci­clo de existencia, para el ser humano, son setenta y dos mil años. Durante este ciclo una persona existe, repetidamente en distintos mundos, dentro de distintos cuerpos. Setenta y dos mil años, pues, es la duración de nuestro «período escolar».

Cuando nos referimos a la «luz», en vez de la radio o de ondas eléctricas u otras, es debido a que la luz puede ser observada directamente, sin necesidad de equipos generali­zados, y la radio, no. Podemos ver la luz del Sol y de la Luna, y si disponemos de un buen telescopio o de unos potentes gemelos, podemos percibir la luz de estrellas muy distantes, que iniciaron su presencia mucho antes de que la Tierra fuese ni tan siquiera una nube de hidrógeno flotando en el es­pacio.

La luz, también se emplea como medida del tiempo o del espacio. Los astrónomos nos hablan de «años-luz», y hemos de decir, llegados a este punto, que esta luz, venida de un mundo muy distante, seguirá su viaje cuando éste en que vivimos haya cesado de existir; de manera que estamos for­mando, en nuestra percepción, un cuadro de cosas que ya no son y alguna de ellas hace largos años que ya no existen. Si alguien encuentra estas cosas difíciles de entender, con­sidere lo que sigue: tenemos una estrella situada en las mayores distancias del espacio. Durante años, centurias, el astro nos ha ido enviando ondas de luz a la Tierra. Estas ondas luminosas pueden tardar mil, diez mil, cien mil, o un millón de años en llegar a la Tierra, porque una determinada estrella, la fuente de esta luz, es extremadamente lejana. Un día determinado la estrella entra en colisión con otra; puede producirse un gran estallido de luz, o ésta puede ser extin­guida. Para nuestro propósito, supongamos que se ha pro­ducido una extinción total. Siendo así, la luz dejará de llegar, en adelante, a nosotros. Pero durante un millar, o diez millares o un millón, su luz nos va llegando, porque emplea todo ese tiempo para cubrir la distancia que hay entre aquella fuente de luz y nuestro planeta. De este modo, nosotros podemos ver la luz cuando su fuente ya ha cesado de existir.

Permítasenos opinar algo que es del todo imposible mientras estamos en nuestro cuerpo físico, pero que es sencillo y común cuando estamos fuera del cuerpo. Afirmemos, además, que nosotros podemos viajar más rápidos que el pensamiento. Necesitamos que sea así, ya que nuestro pensamiento posee una velocidad definida, como cualquier doctor puede expli­carnos. Conocemos hoy la velocidad con que una persona reacciona en una situación determinada. La velocidad o la lentitud a que podrá poner los frenos, a qué velocidad podrá mover el volante. Son conocidas las velocidades de todos nues­tros reflejos, de los pies a la cabeza. Nosotros, para el propósito de nuestro análisis, necesitamos viajar instantáneamente. Ima­ginemos que podemos llegarnos en un instante a un planeta que está recibiendo luz emitida por la Tierra tres mil años atrás. Situados sobre este planeta nos llegará la luz de la Tierra de tres mil años ha. Supongamos que disponemos de un telescopio de un tipo jamás imaginado con el cual podemos contemplar perfectamente la superficie de la Tierra — inter­pretando los rayos que nos llegan allí —; entonces podremos ver la vida como era en el antiguo Egipto y los bárbaros del Oeste, cuyos indígenas iban cubiertos de barro, o todavía menos, mientras en la China descubriríamos una civilización perfectamente avanzada, tan distinta de la que allí reina en nuestros días.

Si nos fuese posible, en aquel mismo instante, desplazarnos a menor distancia, veríamos imágenes completamente dis­tintas. Supongamos un planeta cuya distancia de la Tierra nos permitiese ver lo que ocurría mil años atrás con respecto de la Tierra. Veríamos un mundo del año mil (de nuestra Era). Una alta civilización en la India, mientras el Cristia­nismo iba extendiéndose por el mundo occidental; y tal vez algunas invasiones en Sudamérica. El mundo también pre­sentarla algunas diferencias, comparado con el actual, porque la línea de la costa es continuamente variable; la tierra surge de las aguas, las costas sufren erosión. En el plazo de una existencia humana no se nota gran diferencia; pero, en un período de mil años, las diferencias se nos harían visibles.

Ahora, en realidad, nos hallamos sobre un mundo lleno de las más notables limitaciones; ello es causa de que nos sea posible recibir impresiones únicamente dentro de una zona muy limitada de frecuencias. Si podemos darnos cuenta de algunas de nuestras aptitudes «extracorporales» por com­pleto, como pueden ser dentro del mundo astral, nos será posible ver las cosas bajo una luz diferente; podremos darnos cuenta de cómo toda materia es indestructible; todo experi­mento que hemos realizado en el mundo, continúa irradiando hacia el exterior, bajo la forma de unas ondas. Con habili­dades especializadas, podemos interceptar aquellas ondas; de una manera muy parecida a la de cómo podemos interceptar las ondas de luz. Un ejemplo muy sencillo puede propor­cionárnoslo una lámpara proyectora de vistas; se introduce la placa por un lado, actuando en una habitación a oscuras, y, habiendo puesto una pantalla, preferentemente de color blan­co, enfrente de la lente del proyector a la distancia oportuna, y enfocamos la luz de dicha pantalla, con lo que veremos una imagen. Pero si, en lugar de la pantalla, proyectamos esa imagen sobre la ventana y las tinieblas exteriores, divi­saremos sólo un rayo de luz, sin imagen alguna. De ello se sigue que la luz tiene que ser interceptada, reflejada sobre algo, para ser plenamente percibida y apreciada. Si tomamos un proyector, en una noche clara y despejada, y lo enfocamos al espacio, veremos sólo un pálido rastro luminoso; pero basta con que el proyector enfoque una nube o cualquier avión de paso, para que nos demos cuenta de que existe la fuente luminosa.

Uno de los más viejos sueños de la Humanidad ha sido el de poder disponer de «viajes a través del tiempo». Estos sueños no pasan de ser meras concepciones fantásticas mien­tras existimos dentro de nuestra carne y sobre la Tierra; ya que la envoltura carnal nos limita de una manera triste; son nuestros cuerpos tan lamentablemente condicionados, y nues­tra necesidad de aprender sobre la Tierra, lo que nos ha im­plantado en nuestros ánimos tantas dudas e indecisiones, que antes de sentirnos convencidos necesitamos lo que llamamos «pruebas» el talento para descomponer una cosa en una serie de piezas para ver como funcionan y asegurarse de que no pueden funcionar de otro modo. Cuando llegaremos más allá de la Tierra y entraremos en el astral, o todavía más allá, los viajes a través del tiempo nos parecerán tan sencillos como el ir, en nuestro estado actual, al cinema o al teatro.

Los Archivos Akáshicos, siguiendo adelante, son una forma de vibración, no necesariamente luminosa, porque compren­de igualmente que la luz, el sonido. Esta forma de vibra­ción no tiene sobre la Tierra término alguno que la describa. Lo más próximo a ella son los ondas de la radio. Constan­temente nos llegan de todas partes del mundo; cada una nos trae diferentes programas, lenguas distintas, músicas diversas, diferentes tiempos. Es posible que algunas ondas nos lleguen y nos traigan programas que, para nosotros, pertenezcan al mañana de su punto de partida. Todas estas ondas nos van llegando continuamente; pero no nos damos cuenta de ellas hasta que disponemos de algún artificio mecánico, que llama. mos aparato de radio, que pueda recibir las ondas y dete­nerlas para que sean audibles y comprensibles por nosotros. Entonces, por medio de un aparato eléctrico o mecánico, retardamos la frecuencia de las ondas de la radio y las con­vertimos en ondas sonoras.

De una manera muy parecida si, sobre la Tierra, consegui­mos alguna vez moderar las ondas de los Archivos Akáshicos, seremos. capaces de presentar auténticas escenas históricas en la pantalla de la televisión. Y a los historiadores les va a dar un ataque cuando puedan ver que la historia, tal como va impresa en los libros, es falsa de pies a cabeza.

Los Archivos Akáshicos se forman de las vibraciones indestructibles que constituyen la suma total de los conocimientos humanos, que emana del mundo en muy parecida forma de la que se difunden los programas de la radio. Todo cuanto ha sucedido en este mundo, todavía existe en forma de vibra­ciones. Cuando nosotros salimos de nuestro cuerpo, no nece­sitamos ningún recurso especial para entender estas ondas; no empleamos artificio alguno para hacerlas más lentas; en saliendo de nuestro cuerpo, nuestro «receptor de ondas» se halla acelerado de una manera tal que, con práctica y entre­namiento, podemos ser receptivos de lo que llamamos Archi­vos Akáshicos.

Volvamos al problema de cómo superar la velocidad de la luz. Será más fácil, si olvidamos la luz por un momento, y tratamos, en su lugar, del sonido, porque éste es más lento y no nos precisan distancias tan considerables para calcular los resultados. Supongamos que estamos en un espacio abierto y de pronto escuchamos un avión a reacción a gran velo­cidad. Escuchamos el sonido, pero es inútil mirar hacia el punto de donde parece partir el sonido, ya que el reactor corre más que el sonido, y siendo así, el avión adelanta mucho a su propio sonido. El primer aviso que durante la segunda Guerra Mundial se tenía de la llegada de un pro­yectil-cohete, era el de la explosión y de la caída de los bloques de piedra, con los chillidos de los lesionados. Luego, cuando la polvareda empezaba a disiparse, llegaba el ruido del cohete por el espacio, aproximándose. Esta alucinante experiencia se debía al hecho de que el cohete llevaba una velocidad mucho mayor que la del sonido que producía. Por eso, el cohete llevaba a cabo su trabajo destructor antes de que le anunciase su propio ruido por el espacio.

Una persona puede hallarse 3ituada sobre una colina, mirando un cañón que dispara, situado en la cumbre de otra colina. Dicha persona no podrá jamás percibir el ruido del proyectil cuando pasa exactamente por encima de su persona; el so­nido le llegará poco después, cuando el proyectil llega pri­mero y el sonido después, cuando el proyectil se va perdiendo en la distancia. Nadie ha muerto de ninguna bala que haya escuchado; porque primero llega el proyectil que su sonido. Por esto es tan divertido, en las guerras, contemplar a los hombres agachando la cabeza ante el sonido de una granada «que ya ha pasado». En realidad, si han escuchado el ruido, quiere decir que el proyectil ya ha pasado de largo. El sonido es lento, en comparación con la luz o la mirada. Puestos de pie en la cumbre de esta colina podemos ver un cañón cuando lo disparan; primero percibiremos una llamarada en su boca, y mucho más tarde — depende de la distancia a la que estemos de la pieza de artillería —, nos llega el ruido de la granada, pasando por encima de nuestra cabeza. Podemos distinguir, a lo lejos, un hombre derribando un árbol; el hombre estará a una cierta distancia de nosotros; veremos el hacha golpeando el tronco, y un momento más tarde percibiremos el ruido de la herramienta. Es ésta una experiencia que casi todos habremos tenido.

Los Archivos Akáshicos contienen el testimonio de todo cuanto ha sucedido en el mundo. Los diversos mundos tienen, cada cual, sus Archivos Akáshicos, del mismo modo que cada país posee sus propios programas de radio. Todos aquellos que poseen conocimientos suficientes, pueden sin­cronizar con el Archivo Akáshico de cada mundo; no tan sólo del suyo propio, y se pueden enterar de los acontecimien­tos históricos y de las falsificaciones contenidas en los libros de la historia. Pero, en los Archivos Akáshicos, hay algo más que un recurso para satisfacer la propia y vana curio­sidad. Podemos consultarlos y ver cómo fracasaron nuestros planes personales. Cuando morimos para este mundo, vamos a otro plano de existencia, dentro de la cual todos tienen que verse cara a cara con las propias obras; lo que hicimos y lo que dejamos de hacer, debiendo hacerlo. Veremos el conjunto de nuestras vidas, con la velocidad del pensamiento. Lo ve­remos a través de los Archivos Akáshicos, y no sólo desde el momento que lleváramos las cosas a la práctica, sino desde aquellos momentos antes de nacer, en los cuales planeamos cómo y dónde habríamos nacido. Entonces, con estos cono­cimientos y habiendo visto nuestros errores, planearemos otra vez y volveremos a intentar otra existencia, exactamente como un niño, en la escuela, viendo sus equivocaciones en las respuestas escritas

Naturalmente, se requiere un prolongado ejercicio antes no se puede ver el Archivo Akáshico; pero mediante el estudio, la práctica y la fe se puede llegar a él, y se llega constantemente.

Pienso que ha llegado el momento de hacer aquí un momento de pausa en nuestro discurso y de discutir qué significa lo que se llama «fe».

La fe es una cosa definida que se puede y se debe cultivar, lo mismo que cultivamos una costumbre o una planta de invernáculo. La fe no es una planta vivaz, como una caña; se parece más a una planta de invernadero. Hay que mimarla, nutrirla, observarla. Para alcanzarla es preciso repetir insis­tentemente nuestras afirmaciones de fe, hasta que su conoci­miento se escriba en el subconsciente. Este subconsciente representa nueve décimas partes de nosotros mismos, esto es, la mayor parte de cada uno. Muchas veces, nosotros podemos comparar el subconsciente a un hombre viejo y cansado que lo que más necesita es que no le fatiguen. Aquel viejo está leyendo sus periódicos, quizás está con la pipa en los labios y los pies metidos en confortables zapatillas. Está ciertamente fatigado de todo el barullo y las distracciones constantes que le rodean. A través de largos años de experiencia, ha apren­dido a guardarse de todo, menos de las más continuas inte­rrupciones y ruidos. Igual que un anciano parcialmente sordo. no oye al que le llama por primera vez. La segunda vez no oye porque no necesita oír, y tiene que decidir si vale la pena lo que le dicen. En cuanto a la tercera, le irrita, ya que cl inoportuno le estorba el curso de sus pensamientos, mien­tras ¿1 está más interesado en leer los resultados de las carreras de caballos, antes que otra cosa que exija esfuerzo por su parte. Insistid e insistid continuamente, repitiendo vuestra profesión de fe y entonces «el viejo» volverá a la vida con un sobresalto, y cuando el conocimiento esté im­plantado en vuestro subconsciente, entonces la fe se instalará en vosotros de un modo automático.

Tenemos que aclarar que la fe significa opinión; decimos «creo que mañana es lunes», y esto quiere decir alguna cosa. Pero no diremos, por cierto, «tengo fe en que mañana es lunes», porque significaría una cosa muy distinta que la anterior. La fe es algo que ha crecido al propio tiempo que nosotros. Somos cristianos, budistas o judíos porque nuestros padres lo fueron, hasta es una regla casi general. Tenemos la fe de nuestros padres — creemos que lo que creyeron nuestros padres era exacto —y así, nuestra fe siguió siendo la de nuestros antepasados. Ciertas cosas, que no podemos probar de un modo definitivo mientras permanecemos en este mundo, requieren fe. Otras cosas que pueden probarse, las creemos o no creemos en ellas. Esto es una distinción, y es preciso que nos demos cuenta de ella.

Pero, ante todo, ¿qué es lo que necesitamos creer, lo que requiere nuestra fe? Decidamos que es aquello que requiere fe; pensémoslo desde todos los puntos de vista. ¿Se trata de fe en una religión, en una capacidad? Mirémoslo desde tantos lados como nos sea posible y entonces, en la supo­sición de que pensamos de una forma positiva, establezca­mos ante nosotros mismos lo que podemos hacer — esto o aquello —, o que queremos hacer — esto o aquello — o lo que creemos firmemente — en esto o en aquello —- Y debe­mos avanzar en estas afirmaciones. A menos que afirmemos que no queremos tener fe «nunca». Las grandes religiones tienen sus seguidores llenos de fe, éstos son aquellos que han estado en la iglesia, o capilla, o sinagoga, o templo y allí han recitado sus plegarias no sólo en interés propio, sino en el de sus prójimos, y se han dado cuenta que en el seno de sus confesiones había algunas cosas que constituían «una fe». En el Lejano Oriente existen unas cosas que se llaman «mantras», y repitiéndolas incesantemente, la persona — que muy probablemente no sabe lo que significa el «mantra» —, alcanzará determinados bienes para el espíritu. El que ignore lo que pueda ser un mantra no tiene importancia alguna, ya que los fundadores de la religión que compusieron el mantra arre­glaron las cosas para que las vibraciones engendradas por la repetición del mismo implantasen en el subconsciente la finalidad deseada. Muy pronto, incluso a través de personas que no entienden completamente la invocación, ésta pasa a formar parte del subconsciente y la fe entonces se convierte en puramente automática. De la misma forma, si repetimos oraciones y rezos de tiempo en tiempo, empezamos a creer en ellos. Todo se reduce a mover nuestro subconsciente para que quiera entender y cooperar y, una vez se ha llegado a la fe, no es preciso luchar más, porque nuestro subconsciente nunca cesará de recordarnos que poseemos esta fe, y que hemos de hacer determinadas cosas.

Repitámonos a nosotros mismos de tiempo en tiempo que vamos a ver un aura, que vamos a sentir los fenómenos telepáticos, que estamos a punto de lograr esto y aquello — lo que debemos particularmente alcanzar en lo espiri­tual —. Todas las personas que tienen éxitos en la vida; que están en el camino de ser millonarios o inventores, son personas que tienen fe en sí mismas, que poseen fe en alcanzar aquello por lo cual luchan. Esto es debido a que, teniendo ante todo fe en sí mismos, creyendo en sus propios talentos y energías, llegan a engendrar aquella fe que hace que lo que se cree se convierta en una verdad. Si avanzamos diciéndonos a nosotros mismos que nos aguarda el éxito, triunfaremos; pero sólo si en nuestras afirmaciones de éxito no se introducen dudas (las negaciones de la fe). Probemos esta afirmación de éxito y los resultados seguramente nos asombrarán a nosotros mismos.

Habréis oído hablar de personas que pueden explicar a otros lo que eran en una vida anterior y todo lo que hacían. Todos estos conocimientos provienen de los Archivos Aká­shicos, ya que son varias las personas que «durante el sueño» viajan por el astral y ven aquellos archivos. A su regreso, por la mañana, como ya hemos analizado, traen con sigo unos recuerdos deformados, de forma que, entre las cosas que dicen, unas son ciertas y las otras inexactas. El lector puede notar que dejas cosas que ellos cuentan, la mayor parte re­latan grandes sufrimientos. Todos parecen haber sido esbirros y toda suerte de gente malvada. Esto sucede porque nosotros venimos a la Tierra como si ésta se tratase de una escuela. Debemos acordarnos siempre de que las personas deben ser duras en la expiación de sus propios pecados, de la misma forma que el mineral en bruto es colocado dentro del horno y sometido a intenso calor para que las impurezas suban a la superficie para ser purgadas. Los seres humanos, igualmente, deben soportar tensiones que les lleven casi al punto de rup­tura para que su espiritualidad quede patente y sus pecados arrancados de raíz. Las personas vienen a este mundo para aprender; y se aprende más por el rigor que por las dulzuras. este es un mundo de penas; una escuela de formación que es casi un reformatorio, y, aunque haya de vez en cuando raros momentos de dulzura, que brillan como el rayo de un faro luminoso en las tinieblas de la noche, la mayor parte del vivir en este mundo es lucha.

Miremos la historia de las naciones; si queremos poner en duda lo que estamos afir­mando, mírense las guerras incipientes. Es éste verdadera­mente un mundo de impurezas, y resulta difícil a los altos seres el venir a la Tierra como deben, para inspeccionar hacia adónde vamos. Es un hecho comprobado que una Alta Entidad, llegando a la Tierra, puede levantar alguna im­pureza que actuará como si fuese un anda, y lo atará a nues­tro suelo. Las altas entidades que llegan hasta nosotros no pueden llegar aquí puras e incontaminadas, porque no podrían soportar las tristezas y las pruebas de este mundo. Así es que debemos andar con mucho cuidado cuando pen­semos que Tal o Cual no puede estar tan alto como algunas personas aseguran oír que es excesivamente goloso de tales o cuales cosas. Con tal de que no se dé a la bebida, ya puede estar a suficiente altura. La bebida, en cambio, cancela en un ser todas las altas potencias.

Algunos de los más grandes clarividentes y telepatistas sufren de alguna dolencia física, ya que ésta, muy a menudo, les aumenta la frecuencia de sus vibraciones y les confiere ma­yores dotes de telepatía o de clarividencia por sus sufrimien­tos. No podemos conocer la espiritualidad de una persona con sólo mirarla. Ni juzgar que es mala, porque se halla enferma; la enfermedad puede obedecer a la necesidad de tener que aumentar la velocidad de sus vibraciones con vis­tas a un determinado trabajo. No juzguemos a una persona severamente porque acostumbre a soltar algún taco o no se presente como creemos que debe presentarse un gran per­sonaje. Puede tratarse de una gran personalidad que suelte alguna palabrota, o tenga algún vicio que le tenga amarrado a la Tierra. Pero, lo repetimos; mientras esta persona no esté dominada por la bebida, puede tratarse de la gran entidad que originariamente hemos creído que él era. Hay muchas impurezas que reinan sobre la Tierra; lo que es impuro sucumbe; sólo aquello que es puro e incorruptible sobrevive. Ésta es una de las razones en virtud de las cuales venimos los mortales a este mundo; en el mundo espiritual, más allá del astral no puede haber corrupción alguna. El mal no puede existir en los planos superiores; por esto los hu­manos vienen a la Tierra para conocer el camino áspero. Y repitámoslo, un Gran Ser, llegado a nuestro suelo, con­traerá algún vicio o aflicción, sabiendo, sin embargo, que él (o ella) han venido a la Tierra con una misión especial, y que las aflicciones o los vicios que les afecten luego no tienen que ser considerados en ningún caso como un «karma» (trata­remos de éste más adelante), sino que debemos tenerlos como unos instrumentos, unas anclas, que dejan de existir como desaparece la corrupción, con el cuerpo físico. 

Hay un punto que hemos de señalar, y es éste: los grandes reformadores en esta vida, muchas veces son los que en vidas anteriores fueron grandes culpables de aquellos pecados que ahora, en la vida presente, ellos (o ellas) combaten. Hitler, por ejemplo, volverá como un gran reformador. Asimismo, muchos de los inquisidores. Es éste un pensamiento que merece ser meditado. Recordémoslo: el camino de en medio es aquel donde actualmente vivimos. No seamos tan malos que nos sea preciso sufrir nuevamente en una nueva exis­tencia. Y si fuéramos tan puros y santos que todo el mundo estuviera por debajo de nosotros, entonces no podríamos sub­sistir en este mundo. Afortunadamente, de todos modos, nadie alcanza tanta pureza!

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