sábado, 2 de julio de 2011

El Peyote y la Ayahuasca en las Nuevas Religiones Mistéricas Americanas, por Josep Ma. Fericgla


EL PEYOTE Y LA AYAHUASCA EN LAS NUEVAS RELIGIONES MISTÉRICAS AMERICANAS - Laboratorio de Espiritualidades
Josep Mª Fericgla


Si tradicionalmente fueron Europa y Asia los proveedores de espiritualidad y de técnicas para buscar y vivir el misticismo y el éxtasis religioso, en la actualidad es el continente americano el que se ha convertido en un inmenso campo de cultivo de la espiritualidad mundial, laboratorio de nuevas religiones y religiosidades que en diversos casos se van abriendo camino en el Viejo Mundo, incluso en Asia.


Este hervidero de nuevas espiritualidades, mestizajes religiosos y sincretismos adquiere una gran diversidad en su forma de manifestarse: desde la mística extática entendida en la más estricta tradición de la individualidad oriental, hasta las grandes organizaciones religiosas de carácter protestante cuya clave expansionista suele residir en las estrechas relaciones que mantienen con los sistemas de control social (gobiernos, ejércitos, multinacionales), los cuales apoyan de forma principalmente monetaria las acciones proselitistas de sus pastores y difusores, con el fin de conseguir agrupar el máximo número de seguidores en sus ceremonias y creencias a los que poder controlar con posterioridad. La tristemente famosa Escuela Lingüística de Verano es un buen ejemplo de ello en Sudamérica.

Para iniciar el recorrido analítico por las nuevas formas religiosas cuya esencia es el consumo ritualizado de substancias visionarias o enteógenas, se debe aceptar que tales religiones sincréticas solo se mantienen vivas en América y en África, a pesar de que el consumo de psicótropos fue algo generalizado en la práctica totalidad de las religiones prehistóricas e históricas.

Hay abundante material bibliográfico sobre ello, pero tal vez el punto crucial de esta discusión deba situarse en el enfrentamiento científico entre Mircea Eliade y Robert Gordon Wasson. El primero defendió la hipótesis de que las religiones que practican el consumo ritualizado de enteógenos deben ser consideradas como formas de espiritualidad decadente, ya que la búsqueda de estados extáticos debe ser, según M. Eliade, resultado de la meditación en sus diversas formas. En cambio, el segundo de estos autores, R. Gordon Wasson, puso de manifiesto que el proceso prehistórico evolucionó en sentido contrario: el consumo de enteógenos permitió al ser humano conocer y vivir ciertas experiencias extáticas que luego fueron buscadas por otros medios cuando, por las causas que fuere, desaparecía del entorno de una sociedad la posibilidad de abastecerse del enteógeno usado, como fuera el caso de los arios y su famoso Soma. En todo caso, incluso en la puritana Iglesia Católica, hoy prácticamente desactivada de todo misticismo, sobrevive el consumo simbólico de un embriagante - el vino- como centro de su máxima expresión ritual, la Misa. Y ello es algo que proviene de los más lejanos orígenes cristianos y no al revés: los Patriarcas fundadores, a la sazón, usaban licores mucho más fuertes que el actual vino de misa y la ebriedad sagrada era conseguida de forma mucho más rápida y profunda, como aparece repetidamente en los Textos Sagrados.

Así pues, a modo de introducción hay que definir los lazos que unen tales formas de religiosidad mistérica contemporánea americana con el misticismo, en la forma en que es entendido en Occidente a partir de las tradiciones dadas.

Por mística, en su sentido más lato, cabe entender la parte de la producción cultural humana relativa a los misterios religiosos. Se trata de una experiencia de lo numinoso - verdadera o supuesta, pero ello no es objeto de discusión aquí- , de la unión o vivencia sensible y directa con la divinidad según la entienda cada cultura. Al sentido originario de mística, en tanto que experiencia sensible, cabe atribuir los misterios de muchas religiosidades no cristianas, desde el chamanismo hasta el sufismo musulmán o el budismo. La diferencia más importante entre el misticismo cristiano y los demás, reside en que el cristiano - cuyo preludio hallamos en el misticismo judío- , no puede eludir el hecho de que la materia ha sido santificada, ni puede ignorar a los otros seres humanos ya que el principal camino hacia la unión con Dios es el amor al prójimo, y ello a pesar de los siglos de torturas y asesinatos inquisitoriales en nombre de tal amor.

En sentido contrario, en otras tradiciones espirituales, el misticismo ha sido más relacionado con determinados ritos religiosos de carácter secreto y misterioso, que permitían a los iniciados el contacto sensible con la divinidad. De ahí, el contenido profundamente mistérico de las religiones enteógenas cuyo centro ritual reside, justamente, en el consumo de psicótropos de carácter visionario (no de narcóticos o estimulantes) cuyo efecto sobre la psique humana desvela la vivencia de lo que se suele denominar como experiencia inmediata de la divinidad, con o sin activación del imaginario.

Aclarado el primero de los conceptos a utilizar, fijemos la atención en el siguiente ¿de dónde nacen las nuevas religiones mistéricas americanas?. Sin lugar a dudas, los cuatro principales pilares que sustentan tal laboratorio de espiritualidad en la América de hoy son:

a. el cristianismo, tanto en su versión de decaído catolicismo como por medio de los múltiples grupos y sectas de ostentosos y agresivos protestantes sostenidos con abundantes dólares;

b. las creencias y prácticas animistas y mágicas de origen africano llegadas al continente americano con los esclavos negros; por ejemplo, los ritos de candomblé y las demás prácticas afrobrasileñas o las ceremonias propias de la magia vudú afrocaribeña;

c. el tercer puntal que alimenta el hervidero de religiosidades en la América de hoy está constituido por los intrincados sistemas de creencias, símbolos y prácticas chamánicas supervivientes de los pueblos indígenas americanos, los cuales si bien en su mayoría han sucumbido junto a sus formas culturales en el largo proceso de colonización y de industrialización, en algunos casos han logrado sobrevivir generando múltiples formas sincréticas mágico-religiosas al unirse a la simbología cristiana o a las prácticas africanas en sus ritos y ceremonias;

d. finalmente, y con una influencia menor pero claramente visible, están los esoterismos espirituales desarrollados en Europa a lo largo del siglo XIX: teosofía, espiritismo, rosacrucismo y la masonería.

En el actual mercado de la espiritualidad también se dan otras mezclas como, por ejemplo, los rastafaris jamaicanos, las nuevas espiritualidades en base a religiones orientales, o cierta psicología humanista contemporánea denominada de la Nueva Era cuyos valores transpersonales le acercan mucho a los sistemas espirituales misticoides. A pesar de su existencia, no hablaré de ello sino que las dos religiones a las que dedicaré el presente texto son el resultado del sincretismo nacido entre las prácticas chamánicas indígenas amerindias y el cristianismo americano. Estas nuevas formas de espiritualidad siguen manteniendo su centro ritual en el consumo de enteógenos, característica esencial de las prácticas mágico-religiosas indígenas tradicionales y del cristianismo original (ALLEGRO, 1985).

A partir de estas tres grandes formas de espiritualidad (cristianismo, religiones afro y tradiciones chamánicas amerindias) más la supervivencia de las doctrinas esotéricas europeas y las aportaciones del mundo oriental que iniciaron su entrada masiva en la América en los años 1960, se han originado un sinnúmero de grupos, sectas y religiones cuya búsqueda se orienta hacia la experiencia de lo numinoso, entendido aquí como la influencia de un objeto o presencia invisible que induce estados modificados de la consciencia, sensiblemente verificables.

La importancia universal de este campo de cultivo de nuevas espiritualidades que es América hoy se debe a que ahí se digieren y aprovechan aportaciones de todas las grandes y pequeñas culturas previas. Las poblaciones americanas no están lastradas por la pesada cadena que representan las antiguas y rígidas tradiciones litúrgicas, a las iglesias duramente jerarquizadas y, en definitiva, a las mentalidades conservadoras.

Las nuevas espiritualidades americanas disfrutan de la capacidad de transformarse tan a menudo como se crea necesario, de la libertad para experimentar formas nuevas sin dogmatismos de antiguas religiones - lo cual no implica que estén libres de ellos- , a menudo decadentes y que consiguen mantenerse gracias al apoyo de las instituciones políticas o por medio de estrategias de marketing que no tienen mucha relación con la búsqueda de valores espirituales trascendentes o de un camino hacia la experiencia de plenitud extática, sea ésta entendida como una unión con la divinidad, con la esencia de la Pachamama, la Madre Tierra, o como una catarsis autoremunerativa.

Durante milenios, la religiosidad de las sociedades indígenas americanas - tanto en el continente meridional como en el septentrional- han entendido el consumo de enteógenos como la forma sagrada de comunión con su ideación de divinidad, fuera ésta teísta, animista o atea. Sólo para recordar alguna de las plantas o pócimas visionarias más conocidas y usadas en contextos religiosos americanos indígenas, cabe mencionar el consumo mexicano de teonanácatl, hongos psilocíbicos cuya ebriedad es buscada por diversas etnias de Mesoamérica como los mazatecas, pueblo al que pertenecía la famosa chamán María Sabina a quien Occidente debe, en parte, el conocimiento sobre la vigencia del uso de enteógenos en el mundo indígena actual.

Es famoso también el uso pan-amazónico chamánico y no chamánico en más de 70 grupos étnicos de la mixtura enteógena de ayahuasca o yagé - analizado en detalle en alguna de mis obras anteriores: FERICGLA, 1994; 1997. Cabe citar también el uso de rapés inhalados que contienen elevadas cantidades de triptaminas embriagantes en la zona del Caribe y de la Amazonía (OTT, 1996). No está menos extendida en todo Sur y Centroamérica la tradición de beber el potentísimo jugo de las Brugmansia, popularmente conocidas como "floripondio" o "hierba del diablo", cuya embriaguez puede durar tres o cuatro días. También ocupa un lugar importante el uso adivinatorio y en diversos rituales de curación de las semillas de Dondiego de día que sintetizan alcaloides ergolínicos. No se puede olvidar el péyotl, o cactus del peyote, tan conocido por ser el enteógeno con que los huicholes - entre otras etnias- realizan su comunión sagrada; en la actualidad, este pequeño cactus es también el sacramento consumido por los cerca de 500.000 miembros de la Native American Church y de la Peyote Way Church of God extendida por los EE.UU. y Canadá, y de la que hablo extensamente más adelante. Finalmente, hay que citar el difundido uso del gran cactus san Pedro dueño de las llaves del cielo, en la tradición cristiana- por toda la cordillera andina; y tampoco se puede olvidar el tabaco silvestre, considerado por el eminente antropólogo Johannes Wilbert como el alucinógeno americano por excelencia ya que fue - y es consumido por grupos indígenas de todas las latitudes continentales (WILBERT, 1987).

Podríamos recoger más de doscientos especímenes vegetales enteógenos utilizados en la América indígena (OTT 1996; EVANS SCHULTES) 

www.mercurialis.com 

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