miércoles, 14 de julio de 2010

Crónica: Viaje al Pueblo de los Ancianos



En el valle de Vilcabamba, Ecuador, los ciudadanos suelen vivir más de un siglo sin privarse del alcohol, el sexo ni el tabaco. Trabajan, suben montañas y tienen el cabello negro. El porqué es un misterio, pero los médicos no son los responsables de esa proeza de la buena salud. ¿Acaso el planeta entero debería mudarse a ese pueblo diminuto?


Una crónica de Ricardo Coler | Fotografías del autor | No. 71



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1.
Algo pasa en Vilcabamba. Algo que le permite a su gente vivir ciento diez, ciento veinte y hasta ciento cuarenta años. No sólo viven mucho. Viven mucho con una salud envidiable y sin prestarle atención a los consejos médicos. Los habitantes de Vilcabamba, una provincia pequeña y oculta en Ecuador, tienen inclinación por los excesos insalubres: fuman como escuerzos y beben como cosacos. Sin embargo, a la edad en que cualquiera de nosotros muestra signos de deterioro, ellos están listos para seguir otros cuarenta años más. ¿Cómo hacen?
Aunque los censos internacionales señalan que la mayor expectativa de vida se da en lugares como el Principado de Andorra, en Europa, o la isla de Okinawa, en Japón –sitios de alto nivel económico y estilo sosegado–, Vilcabamba les saca varias décadas de ventaja sin demasiado esfuerzo. Lo hace con una población que cuenta con pocos ingresos, malas condiciones sanitarias y trabajo duro de por vida. A pesar de eso, en el pueblo hay diez veces más centenarios que los que se puede encontrar en cualquier otro lugar. Es el misterio del valle.



2.

Voy a ver qué pasa en Vilcabamba siempre y cuando la salud de mi padre me lo permita. Entro al cuarto de la clínica donde él está internado. Veo sus pies tapados por una sábana y a la mujer que lo cuida sentada en un sillón:
–Viste, te vinieron a visitar.
Desde que mi padre se internó, hace menos de una semana, lo visito dos veces por día. A la mujer es la primera vez que la veo. Por haber pasado la noche con él –cambiándolo de posición, dándole de comer y llamando al médico–, parece que obtuvo con mi padre una familiaridad varias veces superior a la que yo pude lograr siendo el hijo.
Me acerco a saludarlo. No es tan fácil darle un beso en la frente. Tengo que pasar por encima de la baranda de metal de su cama ortopédica. Me paro en puntas de pies, me sostengo sobre la baranda y cuando estoy sobre él, me doy cuenta de que por debajo de las sábanas él está atado.
Hay dos zonas del cerebro y tres del corazón que ya no le funcionan. A los ochenta y seis, ya tuvo varios infartos. Perdió la visión de uno de sus ojos y hubo que sacarle las paratiroides. Es diabético, hipertenso y se dializa. Aunque nadie estuvo dispuesto a escucharlos, sus riñones dijeron basta. Tuvo cuatro hemorragias digestivas, dos altas y dos bajas. Una cirugía de próstata y una arritmia cardiaca que responde bien a la medicación. Dejó de caminar. Intuyo que al principio fue por propia decisión. Ahora se le atrofiaron las piernas. Además tiene pie diabético. En el derecho, una lesión muy chica que nunca termina de curarse. En el izquierdo, un dedo menos.
¿Cómo harán los hijos de los ancianos en Vilcabamba? Si pueden vivir más de ciento veinte años significa que tienen hijos de noventa. Mi padre, por ejemplo, en el estado de salud en que se encuentra, tendría que atender a mi abuelo –no hace falta aclarar que mi abuelo estaría vivo–. Sería un desastre. Después de los noventa es poco decoroso no ser huérfano.

3.

Viajo. Buenos Aires. Quito. Loja. Vilcabamba. A la entrada del pueblo hay dos carteles. En uno se le da la bienvenida al viajero que acaba de llegar y en el otro se le informa que el pueblo está a mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, tiene unos cuatro mil doscientos habitantes y una temperatura promedio de veinte grados. Un poco más adelante hay otro cartel mucho más colorido y atractivo. «Welcome Vilcabamba». Allí se la cabeza de uno de sus habitantes. Un centenario. Un hombre tranquilo, listo para salir a trabajar.
En Vilcabamba dividen a los ancianos en dos grandes grupos: longevos y centenarios. Longevos son los que superan los noventa años y centenarios los que pasan los cien. Voy rumbo a la finca de uno de los centenarios que viven en la zona alta. El conductor es el mismísimo Lenin.



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En Ecuador hay un chiste sobre la longevidad en vilcabamba, “estaba sentado en en la banca de un parque de Vilcabamba un viejito llorando desconsoladamente, bu bu bu, bu bu bu, una señora muy preocupada se acerca y le pregunta al viejito, ¿por que llora? a lo que el viejito contesta, “es que mi papa me pego” la señor por demas extralada al ver que el anciano aun tenia papa y con la mayor de las intrigas le pregunta ¿y por que le pego su papa? a lo que el viejito contesta, “por que le grite en la mesa a mi abuelito”


http://etiquetanegra.com.pe/?p=281764

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